PORTADA
QUIÉN
ERA PLUTARCO?
VIDAS PARALELAS
Los personajes
1. Teseo
& Rómulo
2. Licurgo & Numa
Pompilio
3. Solón & Publícola
4. Temístocles &
Camilo
5. Pericles & Fabio
Máximo
6. Coriolano & Alcibíades
7. Emilio Paulo & Timoleón
8. Pelópidas & Marcelo
9. Arístides & Catón
10. Filopemen & Tito
11. Pirro & Cayo
Mario
12. Lisandro & Sila
13. Cimón & Lúculo
14. Nicias & Craso
15. Alejandro & Julio
César
16. Agesilao & Pompeyo
17. Sertorio & Eumenes
18. Foción & Catón
el Joven
19. Agis y Cleómenes
& Tiberio y Gaio
Graco
20. Demóstenes &
Cicerón
21. Demetrio & Antonio
22. Dión & Bruto
23. Artajerjes y Arato
& Galba y Otón
SOLÓN
I. Dídimo el Gramático, en su comentario contra Asclepíades de las tablas de Solón, trae el aserto de cierto Filocles en que se da a Euforión por padre de Solón, contra el sentir común de todos cuantos han hecho mención de este legislador, porque todos a una voz dicen que fue hijo de Execéstidas, varón que en la hacienda y poder sólo gozaba de una medianía entre sus ciudadanos; pero de una casa muy principal en linaje, por cuanto descendía de Codro. De la madre de Solón refiere Heraclides Póntico que era prima de la de Pisístrato; y al principio hubo gran amistad entre los dos por el parentesco y por la buena disposición y belleza, estando enamorado Solón de Pisístrato, según la relación de algunos. Por esta razón probablemente cuando más adelante se suscitó diferencia entre ambos acerca de las cosas públicas, nunca la enemistad produjo grandes desazones, sino que duró en sus almas aquella primera inclinación, la cual mantuvo la memoria y cariño antiguo, como llama todavía viva de un gran fuego. Por otra parte, que Solón no se dominaba en punto a inclinaciones desordenadas, ni era fuerte para contrarrestar al amor como con mano de atleta, puede muy bien colegirse de sus poemas, y de la ley que hizo prohibiendo a los esclavos el usar de ungüentos y el requerir de amores a los jóvenes, pues parece que puso ésta entre las honestas y loables inclinaciones, y que con repeler de ella a los indignos convidaba a los que no tenía por tales. Dícese también de Pisístrato que tuvo amores con Carmo, y que consagró en la Academia la estatua del Amor, donde toman el fuego los que corren el hacha sagrada.
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PERICLES
I. Viendo César en Roma
ciertos forasteros ricos que se complacían en tomar y llevar en
brazos perritos y monitos pequeños, les preguntó, según parece,
si las mujeres en su tierra no parían niños; reprendiendo por
este término, de una manera verdaderamente imperatoria, a los
que la inclinación natural que hay en nosotros al amor y afecto
familiar, debiéndose a solos los hombres, la trasladan a las bestias.
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OVIDIO
Clásico Romano autor de Ars Amandi
POLIBIO
El historiador más prestigioso de la antigüedad
SOFOCLES
Poeta y padre del Teatro Clásico
|
CATÓN
I. Dícese que Marco Catón fue por
su linaje oriundo de Túsculo, y que residió y vivió,
antes de tener parte en el gobierno, en campos propios de su familia
en la región sabina. No obstante tenerse la idea de que
sus progenitores fueron desconocidos, el mismo Catón alaba
a su padre como hombre de valor y ejercitado en la milicia, y
refiere de su bisabuelo que muchas veces alcanzó el prez
del valor, y que, habiendo perdido en diferentes batallas cinco
caballos ejercitados en la guerra, fue del pueblo honrado por
su valor y fortaleza. Acostumbraban los Romanos a dar la denominación
de hombres nuevos a los que no tenían fama por su linaje,
sino que eran ellos mismos los que empezaban a darse a conocer;
y como llamaban también nuevo a Catón, decía
él que bien era nuevo para el mando y para al gloria; pero
que por las obras y virtudes de sus antepasados era bien antiguo.
Al principio no tuvo por tercer nombre el de Catón, sino
el de Prisco; pero luego por aquella dote en que sobresalía
obtuvo el apellido de Catón, porque llaman Catón
los Romanos al hombre precavido. Era en su figura rubio y de ojos
azules, como lo dio a entender, no mostrándosele muy aficionado,
el que hizo este epigrama: A ese rubio, mordaz, de ojos azules,
a Porcio, aun muerto, estoy que en el infierno no le ha de recibir
la hija de Ceres. La constitución de su cuerpo con el ejercicio,
con la parsimonia y con acostumbrarse en el ejército desde
el principio a portarse como soldado, se hizo muy robusta, habiendo
adquirido a un tiempo fuerza y buena salud. Cultivó también
la facultad de decir, como otro segundo cuerpo, y como un instrumento
no solamente útil, sino necesario, para quien no quería
vivir oscuro y en inacción; ejercitó la, pues, en
las alquerías y pueblos inmediatos, prestándose
a defender en los juicios a los que se lo rogaban: al principio
se echó de ver que era un defensor fogoso; pero luego se
acreditó además de orador vehemente, descubriendo
en él los que se valían de sus talentos una gravedad
y juicio que eran propios para los grandes negocios y para el
mando político. Porque no sólo se conservó
puro en cuanto a recibir salario por sus dictámenes y defensas,
sino que aun desdeñaba la gloria que de esta clase de contiendas
podría resultarle. Deseando, pues, señalarse principalmente
en los combates contra los enemigos y en acciones de guerra, siendo
todavía joven tuvo ya su cuerpo cubierto de heridas, recibidas
de frente; diciendo él mismo que a los diez y siete años
hizo su primera campaña, al tiempo que Aníbal victorioso
puso en combustión toda la Italia. En las batallas mostróse
de mano pronta para acuchillar, de pies firmes e inmobles y de
semblante fiero, y aun acostumbraba a usar de amenazas y de gritos
penetrantes contra los enemigos, creyendo él mismo y enseñando
a los demás que estas cosas suelen contribuir más
que el mismo acero para atemorizar a los contrarios. En las marchas
caminaba a pie, llevando sus armas; sólo le seguía
un sirviente, que llevaba lo que habían de comer; con el
cual no se incomodó nunca, ni le riñó por
el modo de disponerle la comida o la cena, sino que a veces echaba
también mano y le ayudaba en estos ministerios después
de fenecidos los de la milicia. En el ejército no bebía
sino agua, o a lo más, cuando tenía una sed muy
ardiente, pedía vinagre, y si se sentía desfallecido
tomaba un poco de vino.
II. Estaba a corta distancia de sus posesiones la casa de campo
en que residía Marcio Curio, el que había triunfado
tres veces. Iba frecuentemente a ella, y viendo lo reducido del
terreno y la sencillez de toda su casa, no pudo menos de meditar
sobre la conducta de un varón tan singular, que, con ser
el más excelente entre los Romanos, con haber sojuzgado
los pueblos más belicosos y haber arrojado a Pirro de Italia,
él mismo labraba aquel campo y vivía en aquella
casita después de tres triunfos. Allí mismo le hallaron
sentado al fuego, cociendo unos rábanos, los embajadores
de los Samnites, y le ofrecieron cantidad de oro; mas él
los despidió, diciendo que estaba de sobra el oro para
quien se contentaba con aquella comida, y que para él era
más apreciable que tener oro el vencer a los que lo tenían.
Catón, al retirarse de allí, reflexionaba sobre
estas cosas, y volviendo la consideración a su propia casa,
sus campos, sus esclavos y su gasto, se aplicó más
al trabajo y cercenó superfluidades. Tomó Fabio
Máximo la ciudad de los Tarentinos, y en aquella empresa
se halló Catón, militando bajo sus órdenes,
cuando todavía era muy joven. Cúpole por huésped
un pitagórico llamado Nearco y procuró instruirse
en sus dogmas; y como escuchase de su boca las mismas máximas
de que también hacía uso Platón, llamando
al deleite el mayor cebo para el mal, al cuerpo el primer tormento
del alma, y remedio y purificación a aquellas reflexiones
en virtud de las cuales el alma se separa y aparta cuanto le es
posible de los afectos del cuerpo, todavía se apasionó
más de la sencillez y de la templanza. Por lo demás,
se dice haber aprendido tarde las letras griegas, y que habiendo
tomado en las manos los libros griegos cuando ya estaba muy entrado
en edad, Tucídides le fue de alguna utilidad para la elocuencia,
para la que sobre todo le aprovechó Demóstenes.
Sus escritos los exornó oportunamente con máximas
e historias griegas, y en sus apotegmas y sus sentencias se encuentran
muchas cosas traducidas del griego a la letra.
III. Vivía a la sazón un hombre de entre los más
linajudos en Roma y muy poderoso, gran conocedor de la virtud
nativa, y muy dispuesto a alimentarla y a inflamarla a la gloria,
llamado Valerio Flaco. Tenía campos linderos a los de Catón;
y enterado de la actividad y orden doméstico de éste
por medio de sus esclavos, los cuales le referían que de
madrugada iba a la plaza, se surtía de lo que había
menester, y vuelto al campo, si era invierno, poniéndose
una especie de anguarina, y horro de ropa, si era verano, trabajaba
con sus esclavos, sentándose a comer con ellos del mismo
pan, y bebiendo del mismo vino; admirado en gran manera así
de esto como de oírles hablar de su moderación,
de su modestia y de algunos dichos sentenciosos suyos, dio orden
para que le convidaran a cenar a su casa. Desde entonces le trató
familiarmente; y observando que era de carácter suave y
urbano, que a manera de planta sólo pedía otro cultivo
y otro aire más libre y abierto, lo inclinó y persuadió
a que, trasladándose a Roma, tomara parte en el gobierno.
Trasladado a aquella capital, en breve con la defensa de las causas
se adquirió admiradores y amigos; y como Valerio le proporcionase
además grande opinión y poder, alcanzó que
primero le nombrasen tribuno, y después, cuestor. Logró
ya entonces ser más señalado y conocido, y aspiró
con el mismo Valerio a las primeras magistraturas, habiendo sido
con éste cónsul, y después, censor. Procuró
también arrimarse a Fabio Máximo por su grande fama
y su grande autoridad; pero más principalmente porque se
proponía la conducta y método de vida de éste
como el mejor modelo y ejemplar; y aun por lo mismo no pudo menos
de ponerse en oposición con Escipión el mayor, que,
no obstante ser joven todavía, hacía contrarresto
a Fabio, y como que se le mostraba envidioso. Hubo también
otro motivo, y fue que yendo de cuestor con Escipión a
la guerra de África, como advirtiese que éste usaba
de su acostumbrada profusión y permitía que en el
ejército se gastara sin medida, le habló francamente,
diciéndole que lo de menos era el gasto, y el mal principalmente
estaba en que estragase la antigua frugalidad del soldado, acostumbrándole
para en adelante al regalo y a los deleites; y como Escipión
le contestase que no necesitaba un cuestor tan severo, cuando
ponía toda la atención en desempeñar cumplidamente
su deber con respecto a la guerra, porque de lo que había
de dar cuenta a la ciudad era de sus acciones y no del dinero,
se retiró de Sicilia. Hablaba frecuentemente en el Senado
con Fabio de la inmensa cantidad de dinero que gastaba Escipión,
y desacreditaba en los circos y en los teatros su porte fastuoso,
como si hubiera ido a celebrar fiestas y no a mandar un ejército;
tanto, que obligó a que se enviaran cerca de éste
tribunos de la plebe para que le hicieran venir a Roma, si estas
acusaciones eran ciertas. Mas Escipión, habiendo hecho
ver que la victoria estaba en los preparativos de la guerra, y
convencido a los tribunos de que si usaba de humanidad y condescendencia,
en los gastos esto en nada perjudicaba a la diligencia y a las
demás grandes prendas militares, partió de Sicilia
para la guerra.
IV. Aunque era grande el poder que Catón se había
con su elocuencia granjeado, tanto, que generalmente se le apellidaba
Demóstenes Romano, era todavía mayor la fama y celebridad
que le daba su particular método de vida. Porque su destreza
en el decir fue desde luego para los jóvenes un ejemplar
común y de gran solicitud; pero el conservar la frugalidad
antigua, contentarse con cenas sencillas, comidas fiambres, vestidos
lisos y una casa como las del común de ciudadanos, y hacerse
admirar más por no necesitar de su- perfluidades que por
poseerlas, era ya muy raro en un tiempo en que la autoridad no
se conservaba pura por su misma grandeza, sino que, con tener
superioridad sobre muchos negocios y muchos hombres, había
dado entrada a diversas costumbres, y se veían ejemplos
de portes y medios de vivir muy diferentes. Con razón,
pues, miraban todos a Catón como un prodigio al ver que
los demás, debilitados por los placeres, no eran para aguantar
ningún trabajo, y que éste en ambas cosas se conservaba
invicto, no sólo de joven y cuando aspiraba a los honores,
sino anciano ya y canoso después del consulado y triunfo,
como un atleta constantemente vencedor que se mantiene siempre
igual en la lucha hasta la muerte. Porque se dice que nunca llevó
vestido que valiese más de cien dracmas; que de general
y de cónsul bebió siempre del mismo vino que de
sus trabajadores; que las provisiones para la comida las tomó
siempre de la plaza sin gastar más de treinta cuartos,
y esto por causa de la república, a fin de robustecer el
cuerpo para la guerra. Habiéndole tocado de botín
un paño babilonio, al punto lo vendió; jamás,
tuvo casa ninguna de campo revocada de cal, ni compró nunca
esclavo que le costase arriba de mil y quinientas dracmas, como
que no los buscaba delicados o de hermosa presencia, sino trabajadores
y robustos, propios para ser gañanes y vaqueros; y aun
de éstos, cuando ya eran viejos, opinaba que era preciso
deshacerse para no mantener gente inútil. En una palabra:
era de dictamen que no debía tenerse nada superfluo; y
que aun en un cuarto es caro aquello que no se necesita. Y en
cuanto a los campos, quería poseerlos de labor y pasto,
no vergeles o jardines.
V. Atribuían algunos a mezquindad esta tan rigurosa economía;
pero otros veían en ella el esmero y la rígida templanza
de un hombre que se estrechaba y reprimía a sí mismo
para corregir y moderar a los demás. Solamente aquello
de valerse de los esclavos como de acémilas y deshacerse
luego de ellos y venderlos a la vejez, para mí no puede
ser sino de un hombre cruel, que no se cree enlazado a otro hombre
sino con el vínculo de la utilidad. Pues en verdad que
la humanidad y la dulzura tienen todavía más latitud
que la justicia, pues de la ley y de la justicia sólo podemos
usar con los otros hombres, pero la beneficencia y la gratitud
se emplean aun con los animales irracionales, dimanando de la
bondad como de una fuente copiosa, porque es propio del hombre
de probidad no dejar sin alimento al caballo desfallecido ya por
los años y el mantener y cuidar los perros, no sólo
de cachorritos, sino aun cuando se han hecho viejos. El pueblo
de Atenas, cuando se construyó el Hecatómpedo, a
cuantas acémilas llegó a entender haber concurrido
constantemente a los trabajos de la obra, a todas las echó
a pacer libres y sueltas; y aun se refiere de una de ellas que
por sí misma se bajaba al lugar de la obra, y agregándose
a las yuntas que subían los carros al alcázar las
ayudaba yendo delante, como si las animara y alentara, por lo
que se decretó que hasta que muriese se proveyera de los
fondos públicos para su manutención. Los sepulcros
de las yeguas con que Cimón venció tres veces en
Olimpia están inmediatos a los monumentos que a éste
se erigieron. Muchos cuidaron de sepultar a los perros que se
les habían hecho como comensales y amigos, y entre ellos
Jantipo el mayor, al perro que nadando junto a su galera le siguió
a Salamina, cuando el pueblo abandonó la ciudad, lo hizo
sepultar en un promontorio, que todavía se llama la sepultura
del perro. En efecto, no hemos de usar de cosas que tienen vida
y alma como de los zapatos o de los muebles, echándolos
a un rincón cuando ya están rotos y gastados, sino
que es razón que en cuanto a aquellas nos mostremos cuidadosos
y benignos, aunque no sea más que por excitar a la humanidad.
Por tanto, yo ni siquiera a un buey de labor lo vendería
por viejo, mucho menos a un hombre anciano, desterrándolo
como de su patria de una tierra y de una mansión a que
estaba ya habituado, en cambio de una friolera que podrían
dar por él, pues que siendo inútil al que lo vendía
lo sería también al comprador. En cambio, Catón
parece hacía gala de estas cosas y él mismo dice
haberse dejado en España el caballo que siendo cónsul
le sirvió en la guerra, por no poner en cuenta a la república
el gasto de su flete. Cada uno, pues, juzgará dentro de
si, según su modo de ver, si cosas llevadas tan al extremo
se han de atribuir a magnanimidad o a sórdida codicia.
VI Por lo demás, su moderación fue verdaderamente
maravillosa, pues siendo general, no tomó para sí
y sus asistentes más que tres medimnas de trigo al mes,
y de cebada al día para las bestias todavía menos
de tres medias. Cúpole en suerte la provincia de Cerdeña,
y habiendo sido costumbre de los pretores que le precedieron tomar
del público los muebles, las camas y las ropas, gravando
a los habitantes con precisarles a mantener numerosa servidumbre
y grande acompañamiento de amigos para los banquetes, hizo
advertir en esto una increíble diferencia, no permitiendo
jamás que de los fondos públicos se hiciera gasto
alguno. Hizo la visita de las ciudades a pie, seguido tan sólo
de un ministro público, que llevaba su ropa y el vaso que
le servía en las sagradas libaciones. Sin embargo, a este
desprendimiento y ahorro usado con los que estaban bajo su mando
acompañaba una suma circunspección y gravedad, siendo
inexorable en lo justo y recto y severo en hacer cumplir las órdenes
que daba; de manera que nunca el mando de los Romanos les fue
a aquellos naturales ni más temible ni más grato.
VII. Por este mismo término parece que era también
el lenguaje de este hombre singular, porque era gracioso y vehemente,
dulce y penetrante, adornado y grave, sentencioso y polémico;
al modo que Platón pinta a Sócrates, al parecer
hombre vulgar, satírico y acre para los que por primera
vez le trataban, pero por dentro lleno de solicitud y pensamientos
útiles, que arrancaban lágrimas a los oyentes y
convertían su corazón: de manera que no sé
en qué pudieron fundarse los que dijeron que el estilo
de Catón era parecido al de Lisias; pero de esto juzgarán
los que se hallen más en estado de conocer la lengua romana;
por lo que a mí hace, me contentaré con referir
algunas de sus máximas; estando como estoy en la opinión
de que más se ven en ellas, que no en el rostro, las costumbres
de cada uno.
VIII. Propúsose en una ocasión retraer al pueblo
romano al intento a que le veía decidido de que se hiciera
dis- tribución y repartimiento de trigo, y para ello empezó
su discurso de esta manera: Ardua cosa es ¡oh ciudadanos!
quererse hacer entender del vientre, que no tiene oídos.
Censuraba otra vez el lujo, y dijo que era muy difícil
se salvase una ciudad en la que se vendía más caro
un pescado que un buey. Comparaba los Romanos a las ovejas, porque
decía que a éstas una a una se las lleva muy mal,
y juntas siguen fácilmente unas tras otras a los conductores.
Y de la misma manera vosotros- añadió-, de
hombres de quienes cada uno en particular no se valdría
para tomar consejo, sois seducidos y atraídos cuando os
veis juntos y congregados en uno. Hablando del poder e influjo
que las mujeres tenían, los demás hombres-
dijo- mandan a las mujeres; pero nosotros a todos los hombres,
y las mujeres a nosotros; lo que viene a ser uno de los
apotegmas que se cuentan de Temístocles, porque éste,
como recabase de él muchas cosas su hijo por medio de la
madre, mira, mujer- le dijo-, los Atenienses mandan a los
Griegos; yo, a los Atenienses; tú, a mí, y a ti,
el hijo; por tanto, vete a la mano en tu autoridad, por la que
aquel, con no tener el mayor juicio, manda sobre todos los Griegos.
Decía que el pueblo romano no sólo ponía
precio a la púrpura, sino también a las ocupaciones;
porque así como los tintoreros tiñen más
ropas de aquel color que ven estar más en moda, del mismo
modo los jóvenes a aquello se aplican y dedican más
que ven en mayor estimación y alabanza. Exhortábalos
a que si se habían hecho grandes con la virtud y la moderación,
no empezaran a usar de peores medios, y a que si se habían
engrandecido con la destemplanza y la maldad, se convirtieran
a lo mejor, pues ya con aquellas se habían hecho bastante
grandes. De los que solicitaban repetidas veces las magistraturas
decía que, como si no supieran el camino, buscaban el ir
siempre con lictores para no perderse. Reprendía a los
ciudadanos de que eligiesen muchas veces los mismos magistrados;
porque dais a entender- decía- que no tenéis
en mucho la autoridad, o que creéis ser pocos los que son
dignos de ella. Pareciéndole que uno de sus enemigos
llevaba una vida torpe e ignominiosa, la madre de éste-
dijo- no hace la debida plegaria a los Dioses, si les pide que
le sobreviva. Mostrando a uno que había vendido ciertos
campos hereditarios, situados en la playa, decía, fingiendo
admirarle, que le juzgaba de más poder que el mar,
pues lo que el mar no hacía más que tocar suavemente,
él se lo había sorbido. Cuando el rey Éumenes
estuvo de paso en Roma, el Senado le hizo un magnifico recibimiento,
y fue grande la concurrencia y obsequio de los principales; pero
en Catón se echaba bien de ver que no hacía ningún
caso de él, y antes se apartaba; y como hubiese quien le
dijera que era hombre bueno y apasionado de los Romanos: En
buena hora- dijo-; pero este animal llamado rey es carnívoro
por naturaleza, y ninguno de los reyes más celebrados puede
ser comparado con Epaminondas, con Pericles, con Temístocles,
con Manio Curio o con Amílcar, por sobrenombre Barca.
Decía ser de sus enemigos tachado porque se levantaba de
noche para ocuparse en los negocios públicos, abandonando
los suyos propios; pero que más quería que obrando
bien le faltase el agradecimiento, que evitar el castigo si en
algo faltase; y que fácilmente perdonaba todos los yerros,
a excepción de los suyos.
IX. Habiendo elegido los Romanos para la Bitinia tres embajadores,
de los cuales el uno padecía de gota, al otro se le había
hecho en la cabeza la operación del trépano, y el
tercero era tenido por no muy avisado, sonrióse Catón,
y dijo que los Romanos mandaban una embajada que no tenía
ni pies ni cabeza ni corazón. Hablóle Escipión
por medio de Polibio de los desterrados de la Acaya; y como en
el Senado se gastase mucho tiempo concediéndoles unos la
vuelta y resistiéndola otros, se levantó Catón,
y como si no tuviéramos otra cosa que hacer-les dijo-,
nos estamos aquí sentados todo el día, ocupados
en examinar si unos cuantos Griegos ya ancianos han de ser llevados
a enterrar por nuestros sepultureros o por los de Acaya.
Concedióseles la vuelta; y dejando Polibio pasar unos cuantos
días, intentó presentarse otra vez en el Senado,
con el objeto de que los desterrados recobraran los honores que
antes tenían en la Acaya, para lo que procuraba tantear
el modo de pensar de Catón; y éste, echándose
a reír, dijo que Polibio no era como Ulises, pues quería
entrar otra vez en la cueva del Cíclope, por haberse dejado
allí olvidados el gorro y el ceñidor. Decía
que los necios eran de más provecho a los prudentes que
éstos a aquellos; porque los prudentes procuraban evitar
las faltas de los necios, mientras que con los aciertos de aquellos
nunca éstos se corregían. De los jóvenes
decía que le gustaban los que se ponían colorados,
no los que se ponían pálidos, y que de los militares
no quería a los que en la marcha movían las manos
y en la pelea los pies, ni a los que roncaban más alto
de lo que gritaban contra los enemigos. Para afrentar a un hombre
gordo decía: ¿Cómo puede ser de provecho
a la república un cuerpo en el que desde la garganta a
la cintura todo es vientre? Descartándose de un voluptuoso
que quería ganar su amistad, no puede ser-decía-que
yo viva con un hombre más sensible de paladar que de corazón.
Decía que el alma del amante vivía en un cuerpo
ajeno: y que en toda su vida, de tres cosas solamente había
tenido que arrepentirse: primera, de haber confiado un secreto
a su mujer; segunda, de haberse embarcado para un viaje que pudiera
haber hecho por tierra, y tercera, de haber pasado un día
sin hacer nada. A un viejo maligno, hombre- le dijo-, cuando
la vejez trae consigo tantas cosas desagradables, no le añadas
la afrenta de la perversidad. A un tribuno a quien se atribuía
un envenenamiento, y que había propuesto una ley perjudicial,
empeñado en hacerla pasar: Joven- le dijo-, no sé
qué sería peor: si beber lo que preparas o sancionar
lo que escribes. Denostándole un hombre notado de
mala conducta: No puede sostenerse- le dijo- una contienda
como ésta entre nosotros dos, porque tú oyes los
oprobios con serenidad, y los dices sin reparo, mientras cuanto
a mí se me resiste el decirlos, y no estoy acostumbrado
a aguantarlos! Por este término venían a ser
sus apotegmas.
X. Designado cónsul con Valerio Flaco, su amigo y deudo,
le tocó por suerte la provincia que llaman los Romanos
España Citerior. Mientras allí vencía a unos
pueblos con las armas y atraía a otros con la persuasión
vino contra él un ejército de bárbaros tan
numeroso: que corrió peligro de ser vergonzosamente atropellado;
por lo cual imploró el auxilio de los Celtíberos,
que estaban cercanos. Pidiéronle éstos por precio
de su alianza doscientos talentos, y teniendo todos los demás
por cosa intolerable que los Romanos se reconocieran obligados
a pagar a los bárbaros aquel precio de su auxilio, les
replicó Catón que nada había en ello de malo,
pues si vencían, serían los enemigos quienes lo
pagasen, y si eran vencidos, no existirían ni los que lo
habían de pagar ni los que lo habían de pedir. Salió
por fin vencedor en batalla campal, y todo le sucedió prósperamente:
diciendo Polibio que a su orden todas las ciudades de la parte
de acá del río Betis en un mismo día demolieron
sus murallas, no obstante ser en gran número y estar pobladas
de hombres guerreros. El mismo Catón dice haber sido más
las ciudades que tomó que los días que estuvo en
España; y no es una exageración suya si es cierto
que llegaron a trescientas. Fue mucho lo que los soldados ganaron
en aquella expedición, y, sin embargo, repartió
además a cada uno una libra de plata, diciendo que era
mejor volviesen muchos con plata que pocos con oro; pero de tanto
como se cogió dice no haber tomado para sí más
que lo necesario para comer y beber. No es esto que yo acuse-
decía- a los que procuran aprovecharse de estas cosas,
sino que quiero más contender en virtud con los buenos
que en riqueza como los más ricos, o en codicia con los
más acaudalados. Ni solamente él mismo se
conservó puro, sin haber tomado nada, sino que hizo se
conservaran también puros los que tenla consigo en aquella
expedición, que no eran más que cinco esclavos.
Uno de éstos, llamado Paccio, compró de entre los
cautivos tres mozuelos, y habién- dolo llegado a entender
Catón, mandó que lo ahogasen antes que se pusiese
delante, y vendiendo los tres mozuelos, hizo poner el precio en
el erario.
XI Permanecía todavía en España cuando Escipión
el mayor, que era su rival y quería poner término
a sus glorias, se propuso pasar a encargarse de las cosas de España,
e hizo que se le nombrara sucesor de Catón. Apresuróse
a llegar pronto, para que tuviera cuanto antes fin el mando de
éste; el cual, tomando para salir a recibirle a cinco cohortes
de infantería y quinientos caballos, derrotó a los
Lacetanos, y entregado de seiscientos tránsfugas que había
entre ellos, los pasó a cuchillo. Llevólo Escipión
a mal, y contestó Catón con ironía que así
era como Roma sería mayor, si los hombres grandes e ilustres
no daban lugar a que los oscuros entraran a la parte con ellos
en lo sumo de la virtud, y si los plebeyos, como él, se
empeñaban en competir en virtud con los que les aventajaban
en gloria y en linaje. Con todo, habiendo decretado el Senado
que nada se mudara o alterara de lo dispuesto por Catón,
se le pasó en blanco a Escipión su mando en la inacción
y el ocio, más bien con mengua de su gloria que de la de
aquel. Después de haber triunfado, no hizo lo que suelen
la mayor parte de los hombres que, no aspirando a la virtud, sino
a la gloria, luego que han subido a los supremos honores y que
han conseguido los consulados y los triunfos, se proponen pasar
el resto de su vida en el placer y el descanso, dando de mano
a los negocios públicos; ni como éstos relajó
o aflojó en nada su virtud, sino que, al modo de los que
empiezan a tomar parte en el go- bierno, sedientos de honor y
de fama, como si de nuevo comenzara estuvo pronto a que los amigos
y los ciudadanos se valieran de él, sin excusarse de las
defensas de las causas ni de la milicia.
XII. Acompañó de legado en la administración
de la provincia a Tiberio Sempronio, procónsul de la Tracia
y del Danubio, y fue a Grecia de tribuno de legión con
Manio Acilio contra Antíoco el Grande, que inspiró
miedo a los Romanos, después de Aníbal, más
que otro alguno; porque habiendo ocupado desde luego casi toda
el Asia en la extensión en que la había dominado
Seleuco Nicátor, y sujetado a muchas naciones bárbaras,
había resuelto acometer a los Romanos, como los únicos
que podían ser sus dignos enemigos. Buscó para la
guerra un motivo plausible, que fue el de libertar a los Griegos,
sin embargo de que no lo habían menester, porque hacía
poco habían sido hechos libres e independientes del poder
de Filipo y de los Macedonios por beneficio de los Romanos; con
este objeto marchó allá con un ejército,
con lo que se conmovió al punto la Grecia y quedó
como en suspensión, excitada a grandes esperanzas por los
demagogos. Envió, pues, Manio mensajeros a las diferentes
ciudades, y a la mayor parte de los perturbadores los aquietó
y sosegó Tito Flaminino sin la menor disensión,
como lo decimos en su vida; Catón apaciguó también
a los de Corinto, de Patras y de Egio; pero donde se detuvo por
más tiempo fue en Atenas. Dícese que corre un discurso
que en griego hizo a aquel pueblo, manifestándole su veneración
a la virtud de los antiguos Atenienses, y el placer que había
tenido en haber visto aquella ciudad, célebre por su hermosura
y su grandeza; mas esto no es cierto, pues habló a los
Atenienses por medio de intérprete, no obstante que podía
haberlo hecho por sí; sólo que quiso acomodarse
a las costumbres patrias, y zaherir a los necios admiradores de
las cosas griegas. Así es que a Postumio Albino, que escribió
en griego una historia y pidió se le disculpase, lo satirizó
diciendo que se le concedería la disculpa si para emprender
aquella obra hubiera sido obligado por un decreto de los Anfictiones,
Se conserva en memoria que los Atenienses se maravillaron de su
prontitud y de la concisión de su lenguaje; porque lo que
él decía brevemente no lo traducía el intérprete
sino con pesadez, y empleando muchas palabras; y que, en fin,
les había parecido que a los Griegos les salían
las voces de los labios y a los Romanos del corazón.
XIII. Cerró Antíoco las gargantas de las Termópilas
con su ejército, y a las naturales defensas del sitio añadió
fosos y trincheras, pensando que así tenía cercada
a su arbitrio la guerra; y en verdad que los Romanos desconfiaron
de poder romper por el frente; pero, resolviendo Catón
en su ánimo aquellos atrincheramientos y aquel cerco, marchó
por la noche a hacer un reconocimiento, llevando consigo una parte
del ejército. Llegado a la cumbre, como el guía,
que era un esclavo, desconociese el camino, se vio perdido en
aquellas asperezas y derrumbaderos, causando esto en los soldados
gran miedo y desaliento. Advirtiendo, pues, el peligro, mandó
a todos los demás que no se movieran y aguardaran allí,
y tomando consigo a Lucio Manlio, hombre hecho a caminar por las
montañas, discurrió con gran fatiga y riesgo en
una noche oscura y ya adelantada por entre acebuches y peñascos,
dando rodeos y sin saber dónde ponía el pie, hasta
que, llegando a un camino abierto, que se dirigía hacia
abajo, y les pareció iría al campamento de los enemigos,
pusieron señales en unas eminencias muy altas, que descollaban
sobre el Calídromo. Retrocedieron desde aquel punto, reuniéronse
con las tropas, y encaminándose a las señales, puestos
otra vez en el camino, comenzaron a marchar con seguridad; pero
a poco que anduvieron les faltó la senda, encontrándose
con un barranco, por lo que les sobrevino otra vez la incertidumbre
y el miedo, no sabiendo ni advirtiendo que ya se habían
puesto muy cerca de los enemigos. Clareaba el día cuando
les pareció que oían cierto murmullo, y de repente
vieron un campamento griego y la guardia puesta al pie de la roca.
Haciendo, pues, allí alto Catón con sus tropas,
dio orden de que se le presentasen solos los Firmanios, que eran
los que siempre se le habían mostrado más fieles
y dispuestos. Cómo acudiesen éstos al punto y le
cercasen en tropel, deseo- les dijo- que se coja vivo a
uno de los enemigos y se sepa de él qué guardia
es aquella, cuál su número y cuál el orden,
formación y disposición en que nos aguardan. Este
rebato debe ser obra de prontitud y arrojo, que es en el que confiados
los leones se lanzan sin armas sobre los otros tímidos
animales. Dicho esto, partieron de allí con celeridad
los Firmanios del modo que se hallaban, y corriendo por aquellos
montes se dirigieron contra la guardia; cogiéndola desprevenida,
todos se sobresaltaron y dispersaron; no obstante, pudieron coger
a uno armado como estaba y lo pusie- ron en manos de Catón.
Supo por éste que la principal fuerza estaba apostada en
la garganta con el rey y que los que le guardaban las avenidas
eran unos seiscientos Etolios escogidos; y mirando con desprecio
así el corto número como la nimia confianza, marchó
contra ellos al toque de trompetas y con grande gritería,
siendo el primero a desenvainar la espada; pero los enemigos,
luego que los vieron descender de las alturas, dando a huir hacia
el cuerpo del ejército, lo pusieron todo en gran confusión.
XIV. Al mismo tiempo trató Manio de forzar las trincheras
por el pie de la montaña, acometiendo por las gargantas
con todas sus fuerzas; herido Antíoco en la boca, de una
pedrada, que le quitó los dientes, volvió para atrás
su caballo movido del dolor, con lo que ninguna parte de su ejército
hizo ya frente a los Romanos, sino que, a pesar de tener que huir
por sitios intransitables y peligrosos, porque las caldas habían
de ser a lagos profundos o piedras peladas, impelidos hacia estos
lugares desde los desfiladeros, y atropellándose unos a
otros, ellos mismos se destruyeron por el miedo de las heridas
y del hierro de los enemigos. Catón parece que nunca había
sido muy contenido y parco en sus propias alabanzas, y, antes
por el contrario, no había evitado la opinión de
jactancioso, teniendo el serlo por consecuencia de los grandes
hechos; pero en esta ocasión todavía ponderó
más sus hazañas, pues dice que los que le vieron
entonces perseguir y herir a los enemigos convinieron con él
en que no quedaba Catón en tanta duda respecto del pueblo,
como éste respecto de Catón y que el mismo cónsul
Manio, en el calor todavía de la victoria, le echó
los brazos, y teniéndole largo rato abrazado, prorrumpió
en fuerza del gozo en la expresión de que ni él
mismo ni todo el pueblo pagaría cumplidamente a Catón
aquellos beneficios. Despachósele inmediatamente después
de la batalla a ser él mismo el mensajero de aquellos sucesos,
e hizo su navegación con mucha felicidad hasta Brindis,
de donde en un día pasó a Tarento, y caminando cuatro
desde el mar estuvo al quinto día en Roma, logrando ser
el primero que anunció la victoria; con la cual la ciudad
se llenó de regocijo y de fiestas, y de orgullo el pueblo,
como que ya nada le impediría hacerse dueño de toda
la tierra y el mar.
XV. De las acciones de guerra de Catón, éstas fueron
las más celebradas, y en cuanto a las cosas de gobierno,
la parte relativa a la acusación y corrección de
los malos parece haber sido la que la mereció mayor atención;
porque persiguió por sí a muchos, a otros les ayudó
en este público ejercicio y a algunos les dio el trabajo
hecho para él, como a Petilio contra Escipión; en
cuanto a éste, que logró poner bajo sus pies los
cargos por ser de una ilustre familia y de un ánimo verdaderamente
grande, hubo de retirarse, viendo que no podía conducirle
al suplicio; pero a Lucio, su hermano, poniéndose al lado
de los que le acusaban, lo envolvió en la condenación
de una gran multa para el erario; y como no tuviese con qué
pagar, y por ello estuviera para ser puesto en prisión,
con gran dificultad se desenredó por la intercesión
de los tribunos. Dícese también que a un joven que
había conseguido se notase de infamia al enemigo de su
padre, viéndolo ir por la plaza después de la sentencia,
le salió al encuentro Catón, y alargándole
la mano le dijo que de aquel modo se debía hacer ofrenda
a los manes de los padres, no con corderos o cabritos, sino con
las lágrimas y las condenaciones de los enemigos. Mas tampoco
él salió siempre de los negocios libre y exento,
sino que al menor asidero que daba a sus enemigos era también
puesto en juicio, y corría su riesgo; dícese que
tuvo que defenderse en pocas menos de cincuenta causas, la última
de ellas cuando ya tenía ochenta y seis años; en
la cual dijo aquella célebre sentencia: Que es cosa
muy dura haber vivido con unos hombres y tener que defenderse
ante otros. Sin embargo, no fue aquella con la que puso
término a esta especie de contiendas, pues, pasados otros
cuatro años, acusó a Sergio Galba cuando ya era
de noventa, faltando poco para que le sucediese lo que a Néstor,
que con su vida y sus hechos alcanzó tres generaciones;
pues que habiendo tenido, como hemos dicho, diferentes choques
en asuntos de gobierno con Escipión el mayor, llegó
hasta los tiempos de Escipión el joven, que era hijo de
aquel por adopción, y natural de Paulo, el que subyugó
a Perseo y los Macedonios.
XVI A los diez años después del consulado se presentó
Catón a pedir la censura. Viene a ser esta dignidad el
colmo de todos los honores y como el complemento del gobierno,
teniendo además de otras facultades la del examen de la
vida y costumbres; porque no hay acto alguno de importancia, ni
el casamiento, ni la procreación de los hijos, ni el método
ordinario de la vida, ni los banquetes, que se crea debe que-
dar libre de examen y corrección para que cada uno se haya
en ellos según su deseo o su capricho. Así es que
teniendo por cierto que en estos hechos más que en los
públicos y en los relativos al gobierno se da a conocer
la índole y carácter de los hombres, para que hubiera
quien observara, celara e impidiera el que nadie se abandonase
a los deleites y alterase el modo de vivir recibido y acostumbrado,
elegían uno de los llamados patricios y otro de los plebeyos.
El nombre de éstos era el de censores, y tenían
facultad para privar de la dignidad ecuestre y para excluir del
Senado al que vivía relajada y disolutamente. Tocaba también
a éstos tomar conocimiento e inspeccionar el valor de las
haciendas, y discernir las familias y ocupaciones por medio de
la descripción o censo, y aún tenía otras
muchas facultades esta magistratura. Por esta causa, luego que
Catón se presentó a pedirla le salieron al encuentro,
oponiéndose casi todos los más principales y distinguidos
de los senadores; los nobles, porque se consumían de envidia,
creyendo que su clase se vilipendiaba con que hombres oscuros
en su origen se elevaran por fuerza a la primera dignidad y poder,
y, por otra parte, aquellos a quienes remordía la conciencia
por su mala conducta y por el olvido de las costumbres patrias
temían mucho la austeridad de aquel, por saber que sería
inexorable y duro en el ejercicio de la autoridad; con este objeto,
pues, preparados y convenidos entre sí, presentaron siete
como contrarios y rivales de Catón en la petición,
lisonjeando a la muchedumbre con halagüeñas esperanzas,
en la creencia de que ésta querría ser mandada blandamente
y a su placer. Mas Catón, por el contrario, no dio muestra
de ninguna indulgencia, si- no que al revés, amenazando
a los malos desde la tribuna y gritando que la ciudad necesitaba
una gran limpia, pedía que, si querían acertar,
de los médicos no escogieran al más blando, sino
al más determinado, y que éste era él mismo,
y de los patricios sólo Valerio Flaco, porque sólo
con éste creía poder extirpar el regalo y la molicie,
cortando y quemando como la cabeza de la hidra, cuando veía
que cada uno de los otros precisamente había de mandar
mal, puesto que tenían a los que mandarían bien.
Y el pueblo romano era entonces tan grande y tan digno de grandes
magistrados, que no temió la severidad y aspereza de Catón,
sino que más bien, descartándose de aquellos hombres
suaves y dispuestos a complacerle en todo, lo eligió con
Valerio Flaco, como si hubiese oído, no a uno que pedía
la dignidad, sino a quien ya la tenía y estaba mandando.
XVII. Incorporó, pues, Catón en el Senado a su
colega y amigo Lucio Valerio Flaco, y removió de él
a muchos, entre ellos a Lucio Quincio, que había sido cónsul
siete años antes, y, lo que era de mucha consideración,
después del honor consular, hermano de Tito Flaminino,
el que venció a Filipo. La causa que tuvo para esta remoción
fue la siguiente: había puesto su amor Lucio en un mocito
desde que éste era niño, y teniéndole desde
entonces siempre consigo, le dio en sus diferentes mandos tanta
privanza y autoridad cuanta no alcanzó nunca ninguno de
sus mayores amigos y deudos. Hallábase en una provincia
de procónsul, y estando en un festín sentado a su
lado, como era de costumbre, este mocito, entre otros halagos
que prodigó a Lucio, fácil de ser seducido con ellos
en el exceso del vino, le dijo ser tal el extremo con que le amaba,
que habiendo en su casa el espectáculo de un duelo de gladiadores,
a que nunca antes asistiera, había preferido correr a su
compañía, a pesar de que deseaba ver a un hombre
caer muerto de heridas; replicóle Lucio, correspondiendo
a sus caricias: Pues por eso no te me angusties, que yo
lo remediaré; y dando orden de que trajesen al mismo
banquete a uno de los que estaban condenados a pena capital, y
de que entrase uno de los esclavos armado con una hacha, volvió
a preguntar al joven si quería ver cómo le daban
el golpe; respondió éste que sí; y entonces
mandó que le cortasen la cabeza. Son muchos los que refieren
este caso, y Cicerón introduce al mismo Catón contándole
en su diálogo de la vejez. Mas Livio dice que el degollado
fue un tránsfuga de los Galos, y que no fue muerto por
un esclavo, sino por mano del mismo Lucio; lo que así se
hallaba escrito en el discurso de Catón. Expelido Lucio
del Senado, lo llevó muy a mal el hermano, y apelando al
pueblo, se mandó que Catón diera la causa en que
se había fundado; díjola, y refiriendo lo ocurrido
en el banquete, Lucio intentó negarlo; pero proponiendo
Catón que jurase, desistió de aquel propósito,
y con esto hubo de declararse que en lo hecho no había
llevado sino lo merecido. Mas de allí a poco se celebraron
espectáculos de teatro, y habiéndose pasado del
sitio de los consulares, yéndose a sentar en otro puesto
muy lejos de allí, se movió a grande compasión
el pueblo, y con sus voces le obligó a que volviese al
otro lugar, enmendando y corrigiendo por este medio lo antes sucedido.
Removió también del Senado a Manilio, va- rón
que todos consideraban acreedor al consulado, con motivo de que
besó de día a su mujer a vista de una hija, porque
decía que a él nunca le abrazaba su mujer sino cuando
había gran tormenta de truenos, y por lo mismo solía
usar del chiste de que era feliz cuando Júpiter tronaba.
XVIII. Concilió también a Catón alguna envidia
el hermano de Escipión, Lucio, varón condecorado
con el triunfo, y a quien aquel privó de la dignidad ecuestre,
pues pareció haberlo hecho con la mira de incomodar a Escipión
Africano. Mas lo que le indispuso con los más fue su empeño
en cortar el lujo: porque si bien el oponérsele de frente
era imposible, estando la mayor parte viciada y corrompida, tomó
para ello un rodeo, haciendo dar a los vestidos, a los carruajes,
a los objetos de tocador, a las vajillas y aparato de mesa, cada
una de las cuales cosas pasaba en sí de mil y quinientas
dracmas, un valor décuplo, para que, siendo mayores las
tasaciones y los precios, fuesen mayores las contribuciones. Impuso,
pues, un tres al millar, para que gravados los lujosos con el
aumento se moderaran, viendo que los frugales y parcos, a iguales
bienes, contribuían menos al erario. Odiábanle,
pues, los que por el lujo aguantaban mayores impuestos, y, por
el contrario, también los que renunciaban a él por
no pagarlos. Porque para muchos es como quitarles la riqueza el
no dejar que lo luzcan con ella; y como se luce es con lo superfluo
y no necesario. Así dicen que de lo que más se admiraba
Aristón el filósofo era de que fuesen tenidos por
más felices los que poseían cosas superfluas que
los que abundaban en las necesarias y útiles; y Escopas
el Tésa- lo, como le pidiese uno de sus amigos una cosa
que al mismo que la pedía no era de gran utilidad, e hiciese
presente a éste que no le pedía nada que fuese o
de necesidad o de provecho, pues con estas cosas- le replicó-
soy yo dichoso, y rico con las inútiles y superfluas.
Así el aprecio y admiración de la riqueza, sin tener
apoyo en ningún afecto o necesidad de la naturaleza, se
introduce por una opinión enteramente externa y vulgar.
XIX. Hacía Catón tan poca cuenta de los que por
estas cosas le zaherían, que todavía procuraba apretar
más: cortando los acueductos que los particulares habían
formado para llevar el agua del público a sus casas y jardines,
recogiendo y reduciendo los voladizos de los edificios sobre la
calle pública, minorando los precios de los destajos o
asientos de las obras, y haciendo subir hasta lo sumo en las subastas
los rendimientos de los tributos. Con todo, Tito y los de su partido,
haciéndole oposición, lograron que en el Senado
se rescindieran, como hechos con desventaja, los asientos y contratas
para la construcción de los edificios sagrados y públicos,
y excitaron a los más ardientes de los tribunos de la plebe
para que le denunciaran al pueblo e hicieran se le multase en
dos talentos. Contrariaron también con gran esfuerzo la
construcción de la basílica que con los caudales
públicos edificó Catón en la plaza, debajo
del consejo o curia, y a la que puso el nombre de la Basílica
Porcia; mas el pueblo parece que se mostró muy contento
del modo con que ejerció la censura; pues que habiéndole
consagrado una estatua en el templo de la Salud, no anotó
en la inscripción que Catón mandó ejércitos
ni que triunfó, sino, según la inscripción
debe traducirse, que hecho censor restituyó a su antigua
gravedad, con útiles reglamentos y sabias máximas
e instituciones, el gobierno de los Romanos, ya decadente y muy
inclinado a la corrupción. Y él antes se había
burlado de los que se complacían en semejantes distinciones,
diciendo ocultárseles que, mientras ellos estaban engreídos
con las obras de los escultores y los pintores, los ciudadanos,
lo que era para él de más honra, llevaban su imagen
en los corazones. Maravillándose algunos de que, habiéndose
puesto estatuas a muchos hombres sin opinión, él
no tuviese ninguna, les respondió: Más quiero
que se pregunte por qué no se me pone que por qué
se me ha puesto; y, en fin, ni siquiera le era grato que
se le alabara de conservarse un virtuoso ciudadano si no habla
de redundar en bien de la república. Mas su mayor alabanza
resulta de las siguientes observaciones: los que en alguna cosa
faltaban, si por ella eran reprendidos, solían responder
que se les culpaba sin razón, porque al cabo no eran Catones;
a los que querían imitar algunos de sus hechos, y no mostraban
arte e inteligencia, se les llamaba Catones a zurdas; el Senado,
en los tiempos peligrosos y difíciles, ponía en
él los ojos, como en la tormenta se ponen en el piloto,
suspendiéndose muchas veces por no hallarse presente los
negocios de importancia; y todos a una voz convienen en que por
su costumbre, por su elocuencia y por sus años gozó
en la república de una grandísima autoridad.
XX. Fue también buen padre, buen marido, y en aumentar
su hacienda más que medianamente solícito; echán-
dose bien de ver que no atendía a ella de paso como a cosa
pequeña y de poca monta; paréceme, pues, oportuno
hablar asimismo de su buen porte en el desempeño de estos
oficios. Casóse con una mujer más noble que rica,
haciéndose cargo de que por lo uno y por lo otro suelen
tener vanidad y orgullo, pero de que las ilustres, por el temor
de la vergüenza, son para las cosas honestas más obedientes
a sus maridos. De los que castigan a las mujeres o los hijos,
decía que ponían manos en las cosas más santas
y sagradas; que para él merecía más alabanzas
un buen marido que un buen senador, y que nada admiraba tanto
en el antiguo Sócrates como el que, habiéndole cabido
en suerte una mujer inaguantable y unos hijos necios, vivió,
sin embargo, sosegado y tranquilo. Habiéndole nacido un
hijo, nada había para él de mayor importancia, como
no fuese algún negocio público, que el hallarse
presente cuando la mujer lavaba y fajaba al niño. Ésta
lo criaba con su propia leche, y aun muchas veces, poniéndose
al pecho los niños de sus esclavos, preparaba así
para su propio hijo la benevolencia y amor que produce el ser
hermanos de leche. Cuando ya empezó a tener alguna comprensión,
él mismo tomó a su cuidado el enseñarle las
primeras letras, sin embargo de que tenía un esclavo llamado
Quilón, bien educado y ejercitado en esta enseñanza,
que daba lección a muchos niños; porque no quería
que a su hijo, como escribe él mismo, le reprendiese o
le tirase de las orejas un esclavo, si era tardo en aprender,
ni tampoco tener que agradecer a un esclavo semejante enseñanza.
Así, él mismo le enseñaba las letras, le
daba a conocer las leyes y le ejercitaba en la gimnástica,
adiestrándole, no sólo a tirar con el arco, a manejar
las armas y a gobernar un caballo, sino también a herir
con el puño, a tolerar el calor y el frío y a vencer
nadando las corrientes y los remolinos de los ríos. Dice,
además, que le escribió la historia de su propia
mano, y con letras abultadas, a fin de que el hijo tuviera dentro
de casa medios de aprovecharse para el uso de la vida, de los
hechos de la antigüedad y de los de su patria; que con no
menor cuidado precavió que se dijeran cosas torpes ante
aquel niño, que ante las vírgenes sagradas dichas
Vestales, y que nunca se bañó con él; bien
que, según parece, esto era costumbre entre los Romanos,
porque tampoco los suegros se bañaban con los yernos, evitando
el presentarse desnudos los unos entre los otros. Mas después,
aprendiendo de los Griegos el no reparar en ponerse desnudos,
comunicaron a éstos mismos a su vez el desorden de bañarse
aun con sus mujeres. Ocupado Catón en la recomendable obra
de formar y ensayar a su hijo para la virtud, aunque nada quedaba
que desear, ni por la índole de éste ni por su esmero
en corresponder a aquel cuidado, como el cuerpo no fuese bastante
fuerte para tolerar el trabajo, tuvo el padre que rebajar la demasiada
austeridad y el rigor en el método de vida. Mas no por
esta delicadeza dejó de ser hombre esforzado en los hechos
de armas, y en la batalla contra Perseo, mandando el ejército
Paulo Emilio, peleó denodadamente. Sucedióle en
ella que, habiendo dado un golpe, se le escapó la espada,
ayudando también a ello el sudor de la mano, y acongojado
con tal acontecimiento corrió a buscar a algunos de sus
amigos, e, incorporado con ellos, volvió a cargar a los
contrarios; y registrando el sitio con gran trabajo y esfuerzo,
halló por fin la espada entre un cúmulo de armas
y entre montones de cadáveres de amigos y de enemigos,
sobre lo que el general Paulo hizo de él un grande elogio;
y todavía corre una carta de Catón a su hijo, en
la que alaba extraordinariamente su gran delicadeza y cuidado
en recobrar la espada. Más adelante se casó este
joven con Tercia, hija de Paula y hermana de Escipión,
habiéndose enlazado con tan ilustre gente no menos por
sí que por su padre, en lo que se ve haberse logrado cumplidamente
el esmero de Catón en la educación de su hijo.
XXI Poseía muchos esclavos de los cautivos, comprándolos,
por lo regular, todavía pequeños, en estado de admitir,
como los cachorrillos y demás animales jóvenes,
crianza y educación. De estos ninguno entró jamás
en casa ajena, como no fuera por enviarlos Catón o su mujer;
y si alguno les preguntaba ¿qué hace Catón?,
no daban otra respuesta si no es que no lo sabían; era
su deseo, o que hiciesen algo o que durmiesen: gustando más
Catón de los que dormían mucho, a causa de que los
tenía por de mejor condición que los muy despiertos,
y porque para todo son más útiles los bien dormidos
que los que están faltos de sueño. Conociendo que
los esclavos la mayor parte de las maldades las cometen por el
incentivo de la lascivia, tenía dispuesto que por cierto
dinero se ayuntasen con las esclavas, sin mezclarse nunca ninguno
de ellos con otra mujer. Al principio, cuando todavía estaba
escaso de bienes y servía en la milicia, no se incomodaba
nunca por las cosas de comer, y antes decía que era una
vergüenza altercar por el vientre con los esclavos; pero
más adelante, estando ya en otra opulencia, cuando daba
de comer a los amigos y colegas, castigaba inmediatamente después
del convite con una correa a los que se habían descuidado
en preparar o servir la comida. Buscaba medios para que siempre
los esclavos tuvieran quimeras y rencillas entre sí, por
sospechar y temer mucho de su concordia. Cuando algunos ejecutaban
acción que se tuviese por digna de muerte, si por tal la
juzgaban todos los demás esclavos, determinaba que muriese.
Aplicado luego a más crecida ganancia, miraba la agricultura
más bien como entretenimiento que como granjería;
y poniendo su solicitud en negocios seguros y ciertos, procuró
adquirir estanques, aguas termales, lugares a propósito
para bataneros y terreno de buena labor, que diese de suyo pastos
y arbolados, de lo que le resultaba mucha utilidad, sin que ni
de Zeus, como él decía, pudiera venirle daño.
Dióse también al logro, y justamente al más
desacreditado de todos, que es el marítimo, en esta forma.
Trató de que muchos logreros formasen compañía,
y habiéndose reunido cincuenta con otros tantos barcos,
él tomó una parte por medio de Quintión,
su liberto, que cooperaba y navegaba con los demás; así
el peligro no era por él todo, sino por una parte pequeña,
y la ganancia era grande. Solía asimismo dar dinero a los
esclavos que te pedían, y éstos compraban mozuelos,
a los que ejercitaban y amaestraban a expensas de Catón,
volviéndolos a vender al cabo de un año. Quedábase
el mismo Catón con muchos de ellos, haciendo la cuenta
por el precio mayor que cualquiera otro había ofrecido
en la subasta. Para inclinar al hijo a estas granjerías
le decía que no era de hombre, sino de una pobre viuda,
el dejar que la hacienda tuviese menoscabo. Otra cosa hay todavía
más dura del mismo Catón, y es haber llegado a decir
que era hombre admirable y divino en cuanto a la fama aquel que
dejaba en sus gavetas más dinero puesto por él que
el que recibió.
XXII. Estaba ya muy adelantado en la edad Catón cuando
de Atenas vinieron a Roma de embajadores Carnéades el Académico
y Diógenes el Estoico a reclamar cierta condenación
del pueblo de Atenas, impuesta sin su audiencia, siendo demandantes
los de Oropo y jueces que la pronunciaron los de Sicíone
y regulada en la suma de quinientos talentos. Al punto, pues,
pasaron a visitar a estos personajes los jóvenes más
aficionados a la literatura, y dieron en frecuentar sus casas
oyéndolos y admirándolos. Principalmente, la gracia
de Carnéades, a la que no le faltaba poder ni la fama que
a este poder es consiguiente, logró atraerse los más
ilustres y más benignos oyentes, siendo como un viento
impetuoso que llenó la ciudad de la gloria de su nombre,
corrió, en efecto, la voz de que un varón griego,
admirable hasta el asombro, agitándolo y conmoviéndolo
todo, había inspirado a los jóvenes un ardor extraordinario,
que, apartándolos de todas las demás ocupaciones
y placeres, los había entusiasmado por la filosofía
Estos sucesos fueron agradables a los demás Romanos que
veían con gusto que los jóvenes se aplicasen a la
instrucción griega y comunicasen con tan admirables varones;
pero Catón, a quien desde el principio había sido
poco grato el que fuese cundiendo en la ciudad la admiración
de la elocuencia, por temor de que los jóvenes, convirtiendo
a ella su afición, prefiriesen la gloria de hablar bien
a la de las obras y hechos militares, cuando llegó a tan
alto punto en la ciudad la fama de aquellos filósofos y
se enteró de sus primeros discursos que a solicitud e instancia
suya tradujo ante el Senado Gayo Acilio, varón muy respetable,
tomó ya la resolución de hacer que con decoro fueran
todos los filósofos despedidos de la ciudad. Presentándose,
pues, al Senado, reconvino a los cónsules sobre que estaba
detenida, sin hacer nada, una embajada compuesta de hombres a
quienes era muy fácil persuadir lo que quisiesen: por tanto,
que sin dilación se tomara conocimiento y determinara acerca
de la embajada, para que éstos, volviendo a sus escuelas,
instruyesen a los hijos de los griegos, y los jóvenes romanos
sólo oyesen como antes a las leyes y a los magistrados.
XXIII. No lo hizo esto, como algunos han creído, porque
estuviese mal individualmente con Carnéades, sino por ser
opuesto en general a la filosofía, y por desdeñar
con orgullo y soberbia toda instrucción y enseñanza
griega; así es que aun de Sócrates se atreve a decir
que aquel hombre hablador y violento intentó del modo que
le era posible tiranizar a su patria, alterando las costumbres
y llamando e impeliendo a los ciudadanos a opiniones contrarias
a las leyes. Satirizando la ocupación y enseñanza
de Isócrates, decía que los discípulos envejecían
en su escuela para ir a usar de su arte y perorar causas en el
infierno delante de Minos. Para indisponer al hijo con las cosas
de los Griegos empleó una voz más entera que lo
que su vejez permitía, y, como profe- tizando y vaticinando,
dijo que los Romanos arruinarían la república cuando
por todas partes se introdujesen las letras griegas; pero el tiempo
acreditó de vana esta difamación, pues que luego
creció la prosperidad de la república, y admitió
benignamente las ciencias y toda especie de enseñanza griega.
No se limitaba su displicencia a los Griegos dados a la filosofía,
sino que también a los médicos los miraba con ceño,
y habiendo oído un dicho, según parece, de Hipócrates,
que, siendo llamado por el gran rey con la oferta de muchos talentos,
había respondido que por nada en el mundo asistiría
a los bárbaros enemigos de los Griegos, decía que
éste era un juramento común de todos los médicos,
y encargaba al hijo que se guardara de ellos, porque él
tenía escrito para sí y para todos los que en su
casa asistían a los enfermos este precepto: que nunca había
de guardar ninguno dieta, y se los habían de dar a comer
legumbres y carnes tiernas, de ánade, de pichón
o liebre; por cuanto este alimento era ligero y provechoso a los
delicados, con sólo el inconveniente de que en los que
usaban de él producía vigilias, y que con esta medicina
y este método gozaba de salud él mismo y mantenía
sanos a todos los de su familia.
XXIV. Mas parece que en esta parte recibió de los Dioses
algún castigo, pues que perdió a la mujer y al hijo.
En su persona era de una complexión sumamente fuerte y
robusta, con lo que pudo aguantar mucho; de manera que aun siendo
ya bastante anciano usaba frecuentemente de las mujeres, y contrajo
un matrimonio muy desigual en cuanto a la edad, con esta ocasión:
perdido que hubo la mujer, proporcionó al hijo para su
matrimonio la hija de Paulo y hermana de Escipión, y él,
permaneciendo viudo, se enredó con una mozuela que iba
a escondidas a verle; pero en una casa pequeña, en que
había señora, no pudo dejar de traslucirse aquel
trato; y pareciendo que un día había atravesado
la mozuela con mucho desenfado, el hijo no le dijo nada; pero
habiéndola mirado de mal ojo, y vuéltole la espalda,
luego llegó a noticia del padre. Enterado, pues, de que
la cosa se miraba mal por los jóvenes, sin echarles nada
en cara, ni darles ninguna reprensión, salió de
casa, bajó con los amigos como lo tenía de costumbre
hacia la plaza, y saludando en voz alta a uno llamado Salonio,
amanuense que había sido suyo, y uno de los que le acompañaban,
le preguntó si había colocado ya a su hija con algún
novio. Respondióle éste que ni siquiera pensaría
en ello sin darle parte; a lo que le replicó: Pues
yo te he encontrado un pretendiente muy proporcionado, como no
haya inconveniente por la edad, pues por lo demás no hay
otra tacha sino que es muy viejo. Rogándole Salonio
que lo tomara a su cuidado y diera la doncella a quien se había
propuesto, por cuanto siendo su cliente necesitaba de que la protegiese,
ya entonces Catón no se detuvo más, y le dijo abiertamente
que era para sí para quien la pedía. Quedóse
al principio sorprendido Salonio con semejante propuesta, como
era natural, creyendo a Catón muy lejos de casarse, y más
lejos todavía a sí mismo de una familia consular
y de la petición de un triunfador; mas viéndole
todavía solícito, recibió la demanda con
alegría, y acabando de bajar a la plaza, hicieron al punto
los esponsales. Celebróse el casamiento, y el hijo de Catón,
presentándose con algunos de los deudos, preguntó
al padre si era porque le hubiese ofendido o disgustado en algo
el haber pensado darle una madrastra; mas Catón: Ten
mejores ideas, hijo- le contestó con esforzada voz-, porque
tu conducta para conmigo no puede mejorarse, ni tengo la menor
queja: solamente me he propuesto dejar para mi consuelo muchos
hijos, y para el de la patria muchos ciudadanos que se parezcan
a ti. Dícese que esta máxima sentenciosa fue
proferida antes por Pisístrato, tirano de Atenas, el cual,
teniendo ya hijos crecidos, casó de segundas nupcias con
Timonasa de Argos, de la que hubo en hijos a Iofonte y a Tésalo.
De este matrimonio nació a Catón un hijo, que del
nombre de la madre recibió el de Salonio. El hijo mayor
murió siendo pretor, y de él hace mención
muchas veces Catón en sus libros como de un hombre que
se había hecho muy recomendable. Dícese que llevó
esta pérdida con moderación y con filosofía,
sin que por ella aflojase en las cosas de gobierno; pues no abandonó
a causa de la vejez los negocios públicos, teniendo el
desempeñarlos por una carga, como antes lo habían
hecho Lucio Luculo y Metelo Pío, o como después
Escipión el Africano, que, incomodado de la envidia que
excitó su gloria, abandonó la república,
y con extraña mudanza el último tercio de su vida
lo pasó en la inacción sino que, al modo que hubo
quien persuadió a Dionisio que la tiranía era el
mejor sepulcro, de la misma manera, mirando él el gobierno
como el mejor modo de envejecer, aun tuvo por reposo y por diversión
en los ratos de vagar el componer libros y entender en las labores
del campo.
XXV. Escribió, pues, libros de diferentes materias y de
historia. A la agricultura dio su atención, siendo todavía
joven para su uso; porque dice que sólo empleó dos
medios de granjería, el cultivo de la tierra y el ahorrar;
y entonces la observación de lo que sucedía en su
campo le suministró a un tiempo diversión y conocimientos.
Así, ordenó un libro de agricultura, en el que trató
hasta del modo de preparar las pastas y de conservar las manzanas:
aspirando en todo a ser nimio y no parecido a otro. Sus comidas
en el campo eran más abundantes, porque solía congregar
a sus conocidos de los campos vecinos y comarcanos, holgándose
con ellos, y procurando hacerse afable y congraciarse, no sólo
con los de su edad, sino también con los jóvenes,
para lo que tenía los medios de hallarse con muy varios
conocimientos y haber presenciado muchos negocios y casos dignos
de referirse. Reputaba además la mesa por muy propia para
ganar amigos, y en ella cuidaba de introducir, tanto el elogio
de los buenos y honrados ciudadanos, como el olvido de los vituperables
y malos, no dando nunca Catón margen en sus convites ni
para la reprensión ni para la alabanza de éstos.
XXVI Su último acto Político se cree haber sido
la destrucción de Cartago, dando fin a la obra Escipión
el menor, pero habiéndose movido la guerra por dictamen
y consejo de Catón con este motivo. Fue enviado Catón
cerca de los Cartagineses y de Masinisa el Númida, que
tenían guerra entre sí, a investigar las causas
de su desavenencia; porque éste era desde el principio
amigo del pueblo romano, y aquellos, después de la victoria
que de ellos alcanzó Esci- pión, y de haber sido
castigados con la pérdida del imperio del mar y con un
grande tributo en dinero, se habían obligado a serlo con
solemnes tratados. Como encontrase, pues, aquella ciudad no maltratada
y empobrecida como se figuraban los Romanos, sino brillante en
juventud, abastecida de grandes riquezas, llena de toda especie
de armas y municiones de guerra, y que acerca de estas cosas no
pensaba con abatimiento, parecióle que no era sazón
aquella de que los Romanos se cuidaran de arreglar los negocios
y la recíproca correspondencia de los Númidas y
Masinisa, sino más bien de pensar en que si no tomaban
una ciudad antigua enemiga, a la que tenían grandemente
irritada, y que se había aumentado de un modo increíble,
volverían pronto a verse en los mismos peligros. Regresando,
pues, sin tardanza, hizo entender al Senado que las anteriores
derrotas y descalabros de los Cartagineses no habrían disminuido
tanto su poder como su inadvertencia; y era de temer que no los
hubiesen hecho más débiles, sino antes más
inteligentes en las cosas de la guerra, pudiéndose mirar
los combates con los Númidas como preludios de los que
meditaban contra los Romanos; y, por fin, que la paz y los tratados
eran un nombre que encubría sus disposiciones de guerra,
mientras esperaban la oportunidad.
XXVII. Después de esto, dícese que Catón
arrojó de intento en el Senado higos de África,
desplegando la toga, y como se maravillasen de la hermosura y
tamaño de ellos, dijo que la tierra que los producía
no distaba de Roma más que tres días de navegación.
Refiérese todavía otra cosa más fuerte, y
es que siempre que daba dictamen en el Senado sobre cualquier
negocio que fuese, concluía diciendo: Este es mi
parecer, y que no debe existir Cartago. Por el contrario,
Publio Escipión, llamado Nasica, continuamente decía
y votaba que debía existir Cartago; y es que, a mi entender,
viendo a la plebe que por el engreimiento vivía descuidada,
y por la prosperidad y altanería era menos obediente al
Senado, y a la ciudad toda se la llevaba tras sí adondequiera
que se inclinase, le parecía que el miedo a Cartago era
como un freno que moderaba el arrojo de la muchedumbre: estando
en la inteligencia de que el poder de los Cartagineses no era
tan grande que hubiera de subyugar a los Romanos, ni tan pequeño
que hubieran de ser mirados con desprecio. Mas a Catón
esto mismo le parecía peligroso, a saber: el que el pueblo
indócil, y precipitado por un gran poder, estuviera como
amenazado de una ciudad siempre grande, y ahora atenta e irritada
por lo que había sufrido, y el que no se quitara enteramente
el miedo de una dominación extranjera para respirar y poder
pensar en el remedio de los males interiores. De este modo se
dice que Catón fue el autor de la tercera y última
guerra contra los Cartagineses. Mas al principio de las hostilidades
falleció, profetizando acerca del varón que había
de dar fin a aquella guerra, el cual era entonces joven, tribuno,
y bajo el mando de otro, pero daba ya insignes muestras de prudencia
y valor en los combates; cuando estas nuevas se trajeron a Roma,
oyéndolas Catón, se refiere que dijo: De prudencia
éste solo está asistido, sombras son los demás
que lleva el viento: profecía que en, breve confirmó
Escipión con sus obras. La descendencia que dejó
Catón fue un hijo del segundo matrimonio, al que hemos
dicho habérsele dado el nombre de Salonio, por razón
de la madre, y un nieto del otro hijo difunto. Salonio murió
siendo pretor; Marco, que nació de él, llegó
a ser cónsul, y del mismo fue nieto Catón el Filósofo,
varón en virtud y en gloria el más ilustre de su
tiempo.
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