PORTADA
QUIÉN
ERA PLUTARCO?
VIDAS PARALELAS
Los personajes
1. Teseo
& Rómulo
2. Licurgo & Numa
Pompilio
3. Solón & Publícola
4. Temístocles &
Camilo
5. Pericles & Fabio
Máximo
6. Coriolano & Alcibíades
7. Emilio Paulo & Timoleón
8. Pelópidas & Marcelo
9. Arístides & Catón
10. Filopemen & Tito
11. Pirro & Cayo
Mario
12. Lisandro & Sila
13. Cimón & Lúculo
14. Nicias & Craso
15. Alejandro & Julio
César
16. Agesilao & Pompeyo
17. Sertorio & Eumenes
18. Foción & Catón
el Joven
19. Agis y Cleómenes
& Tiberio y Gaio Graco
20. Demóstenes &
Cicerón
21. Demetrio & Antonio
22. Dión & Bruto
23. Artajerjes y Arato
& Galba y Otón
SOLÓN
I. Dídimo el Gramático, en su comentario contra Asclepíades de las tablas de Solón, trae el aserto de cierto Filocles en que se da a Euforión por padre de Solón, contra el sentir común de todos cuantos han hecho mención de este legislador, porque todos a una voz dicen que fue hijo de Execéstidas, varón que en la hacienda y poder sólo gozaba de una medianía entre sus ciudadanos; pero de una casa muy principal en linaje, por cuanto descendía de Codro. De la madre de Solón refiere Heraclides Póntico que era prima de la de Pisístrato; y al principio hubo gran amistad entre los dos por el parentesco y por la buena disposición y belleza, estando enamorado Solón de Pisístrato, según la relación de algunos. Por esta razón probablemente cuando más adelante se suscitó diferencia entre ambos acerca de las cosas públicas, nunca la enemistad produjo grandes desazones, sino que duró en sus almas aquella primera inclinación, la cual mantuvo la memoria y cariño antiguo, como llama todavía viva de un gran fuego. Por otra parte, que Solón no se dominaba en punto a inclinaciones desordenadas, ni era fuerte para contrarrestar al amor como con mano de atleta, puede muy bien colegirse de sus poemas, y de la ley que hizo prohibiendo a los esclavos el usar de ungüentos y el requerir de amores a los jóvenes, pues parece que puso ésta entre las honestas y loables inclinaciones, y que con repeler de ella a los indignos convidaba a los que no tenía por tales. Dícese también de Pisístrato que tuvo amores con Carmo, y que consagró en la Academia la estatua del Amor, donde toman el fuego los que corren el hacha sagrada.
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PERICLES
I. Viendo César en Roma
ciertos forasteros ricos que se complacían en tomar y llevar en
brazos perritos y monitos pequeños, les preguntó, según parece,
si las mujeres en su tierra no parían niños; reprendiendo por
este término, de una manera verdaderamente imperatoria, a los
que la inclinación natural que hay en nosotros al amor y afecto
familiar, debiéndose a solos los hombres, la trasladan a las bestias.
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Departamento de Filología Clásica. Universidad de Salamanca
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OVIDIO
Clásico Romano autor de Ars Amandi
POLIBIO
El historiador más prestigioso de la antigüedad
SOFOCLES
Poeta y padre del Teatro Clásico
|
GAIO GRACO
I. Gayo Graco, al principio, o por temor de los
enemigos, o para excitar más odio contra ellos, se retiró
de la plaza pública y permaneció sosegado en su
casa, como quien, por hallarse entonces en estado de abatimiento,
se proponía para en adelante vivir apartado de los negocios;
tanto, que se esparcieron voces contra él de que censuraba
y miraba mal la conducta pública del hermano, bien que
era todavía demasiado joven, porque tenía nueve
años menos que el hermano, y éste murió sin
haber cumplido los treinta. Con el tiempo, aun en medio de su
retiro, se echó de ver que en sus costumbres no propendía
al ocio, al regalo, a la intemperancia ni a la codicia; y preparándose
con la elocuencia como con alas voladoras para tomar parte en
el gobierno, se advertía bien que no podría estarse
quieto. Habló por la primera vez en defensa de uno de sus
amigos llamado Vetio, contra quien se seguía causa; y como
el público se hubiese entusiasmado y embriagado de placer
al oírle, por haber dado muestras de ser los demás
oradores unos muchachos comparados con él, los poderosos
volvieron a concebir gran temor, y trataron con empeño
entre sí de que Gayo no ascendiera al tribunado de la plebe.
Ocurrió también que por el orden natural cupo a
Gayo la suerte de ir a Cerdeña de cuestor con el cónsul
Orestes, lo que fue muy del gusto de sus enemigos, y no desagradó
al mismo Gayo; pues siendo de carácter guerrero, estando
no menos ejercitado en la milicia que en la defensa de las causas,
mirando con cierto horror el gobierno y la tribuna y no pudiendo
negarse ni al pueblo ni a los amigos si le llamasen, tuvo por
gran dicha este motivo de ausencia. Con todo, la opinión
generalmente recibida es que fue un decidido demagogo, y más
codicioso que el hermano de la gloria que resulta del aura popular;
pero esto no es cierto, sino que hay pruebas de que fue arrastrado
al gobierno más bien por necesidad que por voluntad y resolución
propia; conforme a esto, refiere Cicerón el orador que,
huyendo Gayo de toda magistratura, y estando resuelto a vivir
en quietud y reposo, se le apareció entre sueños
el hermano, y saludándole, le dijo: ¿Por qué
causa o en qué te detienes, Gayo? No hay cómo evitarlo:
una misma vida y una misma muerte, por defender los intereses
del pueblo, nos tiene destinadas el hado.
II. Puesto Gayo en Cerdeña, dio pruebas de toda especie
de virtud, aventajándose a todos los jóvenes en
los combates contra los enemigos, en la justicia con los súbditos
y en el amor y respeto al general; y en la prudencia, en la sencillez
y en el amor al trabajo excedió aún a los más
ancianos. Sobrevino en Cerdeña un invierno sumamente riguroso
y enfermizo, y habiendo pedido el pretor a las ciudades vestuario
para los soldados, acudieron a Roma a que se las excusara. Accedió
el Senado a su petición, y mandó que el pretor viera
por otra parte el modo de remediar a los soldados; y como éste
se hallase en el mayor apuro por lo que el soldado padecía,
recorrió Gayo las ciudades e hizo que éstas enviaran
por sí mismas vestuario y socorriesen a los Romanos. Venida
a Roma la noticia de estos hechos, que parecían preludios
de demagogia, el Senado se sobresaltó; y en primer lugar,
habiendo llegado de África embajadores de parte del rey
Micipsa, diciendo que éste, por consideración a
Gayo Graco, había enviado trigo a Cerdeña a la orden
del pretor, los oyeron con disgusto y los despacharon. Decretaron
en segundo lugar que la tropa fuera relevada, pero que Orestes
permaneciera, para que con esto se quedara también Gayo;
mas éste, indignado con tales sucesos, se hizo al punto
a la vela, y cuando menos se lo esperaba se apareció en
Roma; de lo que le hicieron un crimen sus enemigos, y aun al pueblo
mismo pareció cosa extraña que siendo cuestor hubiera
vuelto antes que el general. Llegó a ponérsele sobre
esto acusación ante los censores; pero habiendo pedido
permiso para hablar, de tal manera mudó los ánimos
de los oyentes, que salieron persuadidos de que él era
el que había recibido muchos agravios. Porque dijo que
había servido en la milicia doce años, cuando a
los demás no se les precisaba a servir más de diez;
que de cuestor había estado al lado del pretor tres años,
cuando por la ley podía haber vuelto después de
cumplido uno; que él sólo entre sus compañeros
de armas había llevado la bolsa llena, y que los demás,
después de haberse bebido el vino que condujeron, habían
vuelto a Roma trayendo los cántaros llenos de plata y oro.
III. Moviéronle después de esto otras causas y
otros juicios, achacándole que había hecho a los
aliados sublevarse, y había tenido parte en la conjuración
de Fregelas; pero habiendo desvanecido toda sospecha y resultado
inocente, se presentó al momento a pedir el tribunado.
Hiciéronle oposición todos los principales, sin
quedar uno; pero de la plebe fueron tantos los que de toda Italia
concurrieron a la ciudad para asistir a los comicios, que para
muchos faltó hospedaje; no cabiendo el concurso en el campo
de Marte, venían voces de electores de los tejados y azoteas,
a pesar de lo cual los ricos violentaron al pueblo y frustraron
la esperanza de Gayo, hasta el punto de que, habiendo consentido
ser nombrado el primero, no fue sino el cuarto. Mas, entrado en
el ejercicio, al instante fue el primero de todos por su elocuencia,
en que nadie le igualaba, y porque lo que había padecido
le daba grande ocasión para explicarse con vehemencia,
deplorando la pérdida del hermano. De aquí tomaba
siempre motivo para manejar a su arbitrio el pueblo, recordando
el suceso, y haciendo contraposición con la conducta de
los antiguos Romanos: porque éstos hicieron guerra a los
Faliscos por haber insultado a un tribuno de la plebe llamado
Genucio, y condenaron a muerte a Gayo Veturio porque él
solo no se levantó cuando un tribuno pasaba por la plaza;
y ante vuestros ojos- exclamó- acabaron éstos
a palos a Tiberio, y por medio de la ciudad fue llevado muerto
desde el Capitolio para arrojarlo al río; y de sus amigos,
los que pudieron ser habidos fueron también muertos sin
juicio antecedente; siendo así que tenéis ley por
la que, si no comparece el que es reo de causa capital, va por
la mañana, al amanecer, a las puertas de su casa un trompetero,
y le llama a son de trompeta, y sin preceder esta diligencia no
pronuncian sentencia los jueces: ¡tan precavidos y solícitos
eran acerca de los juicios!
IV. Con discursos como éste conmovía al pueblo,
porque tenía buena voz y era vehemente en el decir. Propuso,
pues, dos leyes, de las cuales era la una que si el pueblo privaba
a un magistrado de su cargo, no pudiera después ser admitido
a pedir otro, y la otra, que si algún magistrado proscribía
y desterraba a un ciudadano sin juicio precedente, hubiera contra
él acción ante el pueblo. De estas leyes la primera
iba directamente a infamar a Octavio, aquel que a propuesta de
Tiberio había perdido el tribunado de la plebe, y en la
segunda estaba comprendido Popilio, porque siendo pretor había
desterrado a los amigos de Tiberio. Popilio no quiso aguardar
a la decisión de la causa, y abandonó la Italia;
la otra ley la retiró Gayo, diciendo que hacía esta
gracia a Octavio por su madre Cornelia, que se lo había
rogado; y el pueblo lo celebró y vino en ello, dispensando
a Cornelia este honor, no menos por sus hijos que por su padre,
y erigió después a esta insigne mujer una estatua
en bronce, con esta inscripción: Cornelia, madre
de los Gracos. Consérvase la memoria de algunas expresiones
dichas por Gayo con elegancia, a estilo del foro, acerca de la
misma, contra uno de sus enemigos: ¿Por qué
tú- le dijo- te atreves a insultar a Cornelia, habiendo
dado ésta a luz a Tiberio? Y porque el ofensor era
tachado de disoluto y muelle, ¿cómo te atrevescontinuó-
a compararte con Cornelia? ¿Has parido como ella? Pues
bien notorio es en Roma que más tiempo estuvo sin ser tocada
de varón aquella, que tú siendo varón.
¡Tan picantes y agrias eran sus expresiones! Y de lo que
dejó escrito pueden recogerse otras muchas por este mismo
término.
V. De las leyes que hizo en favor del pueblo y para disminuir
la autoridad del Senado, una fue agraria, para distribuir por
suerte tierras del público a los pobres; otra militar,
por la que se mandaba que del erario se suministrara el vestuario,
sin que por esto se descontara nada al soldado de su haber, y
que no se reclutara para el servicio a los menores de diecisiete
años; otra federal, que daba a los habitantes de la Italia
igual voz y voto que a los ciudadanos; otra alimenticia, para
dar a los pobres los víveres a precio cómodo, y
otra, finalmente, judicial, que fue con la que principalmente
quebrantó el poder de los senadores. Porque ellos solos
juzgaban las causas, y por esta razón eran terribles a
la plebe y a los caballeros; y Gayo añadió trescientos
del orden ecuestre a los trescientos senadores, e hizo que los
juicios fueran en unión y promiscuamente de seiscientos
ciudadanos. Para hacer sancionar esta ley tomó con gran
diligencia sus medidas; una de ellas fue el que, siendo antes
costumbre que todos los oradores hablasen vueltos hacia el Senado
y hacia el llamado comicio, entonces por la primera vez salió
más afuera, perorando hacia la plaza; y en adelante lo
hizo así siempre: causando con una pequeña inclinación
y variación de postura una mudanza de grandísima
consideración, como fue la de convertir en cierta manera
el gobierno de aristocracia en democracia, con dar a entender
que los oradores debían poner la vista en el pueblo y no
en el Senado.
VI No sólo sancionó el pueblo esta ley, sino que
le dio a él mismo la facultad de elegir los jueces del
orden ecuestre, con lo que vino a ejercer una especie de autoridad
monárquica; tanto, que aun el Senado sufría el haber
de tomar de él consejo, y siempre en sus dictámenes
le proponía lo que le estaba mejor. Como fue aquella determinación
tan justa y benéfica, acerca del trigo que envió
de España el procónsul Fabio, porque persuadió
al Senado que se vendiera el trigo y el precio se enviara a las
ciudades, reconviniendo a Fabio de que hacía a los pueblos
dura e insufrible la dominación romana, cosa que le adquirió
en las provincias gran crédito y benevolencia. Propuso
asimismo leyes para que se enviaran colonias, se hicieran caminos
y se construyeran graneros. De todas estas obras se hizo él
mismo presidente y administrador; y siendo tantas y tan grandes,
de nada se cansaba; sino que con admirable presteza y trabajo
las dio concluidas, como si atendiera a una sola; de manera que
aun los que más le aborrecían y temían se
mostraban pasmados de verle en todo tan eficaz y activo. El pueblo
admiraba también el singular espectáculo que aquello
ofrecía, al ver la gran muchedumbre que le seguía
de operarios, de artistas, de legados, de magistrados, de soldados
y de literatos, a todos los cuales se mostraba afable, guardando
cierta entereza en la misma benignidad, y hablando a cada uno
particularmente, según su clase; con lo que desacreditó
a los calumniadores, que lo pintaban temible, fiero y violento.
Era, por tanto, popular, con más destreza todavía
en el trato y en los hechos que en los discursos pronunciados
en la tribuna.
VII. Su principal cuidado lo puso en los caminos, atendiendo
en su fábrica a la utilidad al mismo tiempo que a la comodidad
y buena vista, porque eran muy rectos y atravesaban el terreno
sin vueltas ni rodeos. El fundamento era de piedra labrada, que
se unía y macizaba con guijo. Los barrancos y precipicios
excavados por los arroyos se igualaban y juntaban a lo llano por
medio de puentes; la altura era la misma por todo él de
uno y otro lado, y éstos siempre paralelos, de manera que
el todo de la obra hacía una vista uniforme y hermosa,
Además de esto, todo el camino estaba medido, y al fin
de cada milla- medida que viene a ser de ocho estadios poco menos-
puso una columna de piedra que sirviera de señal a los
viajeros. Fijó además otras piedras a los lados
del camino, a corta distancia unas de otras, para que los que
iban a caballo pudieran montar desde ellas, sin tener que aguardar
a que hubiera quien les ayudase.
VIII. Celebrándole mucho el pueblo por estas obras, y
mostrándose muy dispuesto a darle pruebas de su benevolencia,
dijo, arengándole en una de las juntas, tenía que
pedirle una gracia, obtenida la cual la apreciaría sobre
todo, y si no fuese atendido, no por eso se quejaría. Al
oír esto creyeron que sería la petición del
consulado, y todos esperaron que aspiraría a un tiempo
al consulado y al tribunado de la plebe. Llegado el día
de los comicios consulares, y estando todos pendientes, se presentó,
trayendo de la mano al campo de Marte a Gayo Fanio, y auxiliándole
con sus amigos para que fuese elegido; lo que concilió
a Fanio gran favor. Así es que fue nombrado cónsul,
y Gayo, tribuno de la plebe por segunda vez, no por que hiciese
gestiones o pidiese esta magistratura, sino únicamente
a solicitud del pueblo. Observó que el Senado le era enteramente
contrario, y que se había entibiado mucho la gratitud en
Fanio: por lo que procuró captar a la muchedumbre con otras
leyes, proponiendo que se enviaran colonias a Tarento y a Capua,
y que se admitiera a los latinos a la participación de
los derechos de ciudad. Temió con esto el Senado que se
hiciese del todo invencible, y recurrió a un nuevo y desusado
medio para apartar de él el amor de la muchedumbre, cual
fue el de hacerse popular y favorable a ésta con exceso.
Porque uno de los colegas de Gayo era Livio Druso, varón
que ni en linaje ni en educación cedía a ninguno
de los Romanos, y en elocuencia y en riqueza competía ya
con los de más autoridad y poder, por estas mismas cualidades.
Acuden, pues, a él los principales y le estimulan a que
derribe de su favor a Gayo, y con su ayuda se vuelva contra él,
no para chocar con la muchedumbre, sino para mandar a gusto de
ésta, y favorecerla aun en cosas por las que sería
honesto incurrir en su odio.
IX. Prestó Livio para estos objetos al Senado la autoridad
de su magistratura, y propuso leyes que no tenían nada
ni de loables ni de útiles, con sola la mira de exceder
a Gayo en favor y condescendencia para con la muchedumbre, contendiendo
y compitiendo con él como los actores de una comedia, con
lo cual el Senado no dejó duda de que no le ofendían
los proyectos de Gayo, sino que lo que quería era o quitarle
de en medio o humillarle. Porque no proponiendo él más
que dos colonias, y para ellas a los ciudadanos más bien
vistos, decían, sin embargo, que aspiraba a seducir al
pueblo; y al mismo tiempo sostenían a Livio cuando formaba
doce colonias, enviando a cada una tres mil de los más
infelices; desacreditaban a aquel porque distribuía las
tierras a los pobres, imponiendo a cada uno una pensión
para el erario, diciendo que lisonjeaba a la muchedumbre, y Livio,
que hasta esta pensión quitaba a los agraciados, merecía
su aprobación. Mas aquel, por dar a los latinos igual voz
y voto, les era molesto, y cuando éste proponía
que en el ejército no se pudiera castigar a ninguno de
los latinos empleando las varas contra ellos, promovían
esta ley. El mismo Livio protestaba siempre en sus discursos que
hacía estas propuestas de acuerdo del Senado, que velaba
por la muchedumbre, y esto fue lo único que hubo de bueno
en todos sus actos. Porque el pueblo se mostró desde entonces
menos irritado contra el Senado, y mirando antes éste con
malos ojos y con odio a los principales y más señalados,
disipó y suavizó Livio aquella enemiga y mala voluntad,
haciendo entender que lo que él ejecutaba en favor y beneficio
de la muchedumbre era todo por disposición de los senadores.
X. Lo que inspiró al pueblo mayor confianza en el amor
y justificación de Druso fue no haber propuesto nunca nada
en su favor ni relativo a su persona: porque para las fundaciones
de las colonias envió a otros, y nunca se acercó
al manejo de los caudales, siendo así que Gayo se había
encargado de la mayor parte y de los más importantes entre
estos negocios. Así, cuando proponiendo Rubrio, uno de
sus colegas, que se estableciera colonia en Cartago, arrasada
por Escipión, le tocó la suerte a Gayo, marchó
éste al África para el establecimiento; y dando
esto mayor proporción a Druso para adelantársele
en su ausencia, se atrajo y ganó efectivamente al público,
con especial por las sospechas que contra sí excitó
Fulvio. Este Fulvio, amigo de Gayo y su colega para el repartimiento
de tierras, era hombre turbulento, aborrecido notoriamente del
Senado y sospechoso de todos los demás de que alborotaba
a los confederados y de que en secreto solicitaba a la rebelión
a los habitantes de Italia. A estas voces, que se esparcían
sin prueba ni discernimiento, les conciliaba crédito el
mismo Fulvio, por verse que sus designios no eran sanos ni pacíficos;
y esto fue lo que principalmente perjudicó a Gayo, a quien
alcanzó parte del odio contra aquel. Además, cuando
se halló muerto a Escipión Africano, sin causa ninguna
manifiesta, y pareció que en el cadáver se advertían
señales de golpes y de violencia, como en la Vida de éste
lo hemos escrito, si bien la mayor sospecha recayó sobre
Fulvio, por ser su enemigo, y porque en aquel mismo día
había insultado a Escipión en la tribuna, no dejó
de haber contra Gayo algún recelo; y un crimen tan atroz,
ejecutado en el varón más grande y eminente de los
romanos, ni se puso en claro, ni sobre él se siguió
causa, porque la muchedumbre se opuso y disolvió el juicio,
temiendo por Gayo, no fuera que si se hacían pesquisas
se le hallara implicado en la muerte. Mas esto había sucedido
tiempo antes.
XI Estando Gayo entendiendo en el establecimiento de la colonia
de Cartago, a la que dio el nombre de Junonia, se dice habérsele
opuesto muchos estorbos de parte de los dioses. Porque arrebató
el viento la primera enseña y por más que el alférez
resistió con toda su fuerza, se hizo pedazos. Una ráfaga
de viento esparció las víctimas que estaban puestas
en el altar, y las arrojó sobre los términos de
la delineación o demarcación que tenía hecha.
Estos mismos términos o hitos, vinieron unos lobos, los
desordenaron y se los llevaron lejos. A pesar de todo esto, disponiendo
y arreglando las cosas en sólos setenta días, volvió
a Roma, por saber que Druso traía apurado a Fulvio, y que
sus negocios pedían se hallase presente. Porque Lucio Opimio,
varón inclinado al gobierno de pocos, y de grande influjo
en el Senado, aunque al principio sufrió repulsa pidiendo
el consulado cuando Gayo protegió a Fanio y contribuyó
al desaire de aquel; contando entonces con el favor de muchos,
se tenía por cierto que saldría cónsul, y
que siéndolo, tiraría a arruinar a Gayo, estando
ya en cierta manera marchito su poder, y satisfecho el pueblo
de disposiciones como las suyas, por ser muchos los que se habían
dedicado a afectar popularidad y haberse mostrado condescendiente
el Senado.
XII. Vuelto, lo primero que hizo fue trasladar su habitación
desde el palacio al barrio debajo de la plaza, como más
plebeyo, por hacer la casualidad de que viviesen allí la
mayor parte de los pobres e infelices. Después propuso
las leyes que restaban para hacer que se votasen; pero habiendo
concurrido grande gentío de todas partes, movió
el Senado al cónsul Fanio a que, fuera de los Romanos,
hiciera salir a todos los demás. Como se echase, pues,
acerca de esto un pregón extraño y nunca antes usado
para que en aquellos días no se viera en Roma ninguno de
los confederados y amigos, Gayo publicó en contra un edicto,
en el que acusaba al cónsul y prometía proteger
a los confederados si permaneciesen; pero no hubo tal protección,
y antes, habiendo visto que a un huésped y amigo suyo lo
llevaban preso los lictores de Fanio, pasó de largo, y
no hizo nada en su defensa, bien fuese por temor de que se viera
que le faltaba el poder, o bien porque no quisiese ser, como decía,
quien diese a los enemigos la ocasión que buscaban de contender
y venir a las manos. Ocurrió también el haberse
puesto mal con sus colegas por esta causa. Iba a darse al pueblo
en la plaza un espectáculo de gladiadores, y los más
de los magistrados habían formado corredores alrededor
para arrendarlos. Dioles orden Gayo de que los quitaran, para
que los pobres pudieran ver desde aquellos mismos sitios de balde,
y como no hiciesen caso, aguardó a la noche antes del espectáculo,
y tomando consigo a los operarios que tenía a su disposición,
echó abajo los corredores, y al día siguiente mostró
al pueblo el sitio despejado; con lo cual, para con la muchedumbre
bien se acreditó de hombre que tenía entereza, pero
disgustó a sus colegas, que le tuvieron por temerario y
violento. De resultas de esto parece que le quitaron el tercer
tribunado, porque si bien tuvo muchos votos, los colegas hicieron
injusta y malignamente la regulación y el anuncio, aunque
esto quedó en duda. Lo cierto es que llevó muy mal
el desaire, y a los contrarios, que se le rieron, se dice haberles
respondido, con más aires del que convenía, que
reían con risa sardónica, por no saber cuán
espesas tinieblas les había preparado con sus providencias.
XIII. Lograron sus contrarios elegir cónsul a Opimio,
y propusieron la abrogación de la mayor parte de sus leyes,
alterando también lo que había dispuesto acerca
de Cartago, con ánimo de irritarle y de que diera ocasión
de justo enojo para acabar con él. Aguantó por algún
tiempo, pero, instigándole los amigos, y sobre todo Fulvio,
volvió a tratar de reunir a los que con él habían
de hacer frente al cónsul. Dícese que para esto
tomó parte la madre en la sedición, asalariando
con reserva gentes de afuera, y enviándolas a Roma como
segadores, sobre lo que escribió al hijo cartas con expresiones
enigmáticas; pero otros dicen que todo esto se hizo con
absoluta repugnancia de Cornelia. El día en que Opimio
había de hacer abrogar las leyes, de una y otra parte ocuparon
desde muy temprano el Capitolio. Había hecho sacrificio
el cónsul, y llevando uno de sus lictores, llamado Quinto
Antilio, las entrañas de las víctimas a otra parte,
dijo a los que estaban con Fulvio: Haced lugar a los buenos,
malos ciudadanos. Algunos dicen que al mismo tiempo que
pronunció esta expresión mostró el brazo
desnudo de un modo que lo tomaron a insulto. Muere, pues, al punto
Antilio en aquel sitio, herido con unos punzones largos, de los
que se usaban para escribir, hechos exprofeso, según se
decía, para aquel intento. Alborotóse la muchedumbre
con aquella muerte; pero la situación de los caudillos
fue muy diferente, porque Gayo se irritó sobremanera, y
trató mal a los de su partido por haber dado a sus enemigos
la ocasión que hacía tiempo deseaban, y Opimio,
tomando de aquí asidero, cobró osadía e inflamó
al pueblo a la venganza.
XIV. Sobrevino en esto una lluvia, y por entonces se separaron;
pero a la mañana siguiente, convocando el cónsul
el Senado, se puso dentro a dar audiencia; otros, colocando el
cuerpo de Antilio desnudo sobre una camilla, lo llevaron de intento
por la plaza a la curia con gritos y lloros, siendo de ello sabedor
Opimio, aunque aparentaba maravillarse, en términos que
los senadores salieron a ver lo que pasaba. Puesta la camilla
en medio, algunos se lamentaban como en una grande y terrible
calamidad; pero en los más no excitaba aquel alboroto más
que odio y abominación contra unos cuantos oligarquistas,
que habían sido los que habían dado muerte en el
Capitolio a Tiberio Graco, siendo tribuno de la plebe, y habían
arrojado al río su cadáver, cuando ahora el ministro
Antilio, que quizá había sido muerto injustamente,
pero no había dejado de dar gran motivo para aquel suceso,
yacía expuesto en la plaza, y le hacía el duelo
el Senado de los Romanos, lamentándose y presidiendo la
pompa fúnebre de un miserable asalariado, con el objeto
de acabar con los pocos defensores del pueblo que quedaban. Entrando
otra vez después de esto en el Senado, encargaron por decreto
al cónsul Opimio que salvara a la ciudad como pudiese y
destruyera los tiranos. Previno éste a los senadores que
tomaran las armas, y dio orden a los caballeros para que a la
mañana temprano trajera cada uno dos esclavos armados.
En tanto, Fulvio se preparaba también por su parte y juntaba
gente; pero Gayo, retirándose de la plaza, se paró
ante la estatua de su padre, y habiendo estado largo rato con
los ojos puestos en ella sin proferir ni una palabra, pasó
de allí llorando y sollozando, A muchos de los que vieron
este espectáculo les causó Gayo la mayor lástima,
y culpándose a sí mismos de abandonar y hacer traición
a un ciudadano como él, corrieron a su casa, y pasaron
la noche ante su puerta, de muy distinta manera que los que custodiaban
a Fulvio. Porque éstos la gastaron en vocerías y
gritos desordenados, bebiendo y echando bravatas, siendo Fulvio
el primero a embriagarse y a hacer y decir mil disparates, contra
lo que exigía su edad, al mismo tiempo que los que acompañaban
a Gayo, deplorando la común calamidad de la patria, y considerando
lo que amenazaba, estuvieron en la mayor quietud, haciendo la
guardia y descansando alternativamente.
XV. Al amanecer les costó gran trabajo despertar a Fulvio,
a quien todavía tenía dormido el vino, y armándose
con los despojos que conservaba en casa, y eran los que había
tomado cuando siendo cónsul venció a los galos,
marcharon con grandes amenazas y alboroto a tomar el monte Aventino.
Gayo no quiso armarse, sino que iba a salir en toga como si fuera
a la plaza, sin llevar más que un puñalejo. Al salir
se le echó a los pies su mujer en la misma puerta, y deteniendo
con una mano a él y con otra al hijo: No te envío,
oh Gayo- exclamó-, a la tribuna, tribuno de la plebe o
legislador como antes, ni tampoco a una guerra gloriosa, para
que, aun cuando te sucediera una desgracia, me dejeras un honroso
duelo, sino que vas a ponerte en manos de los matadores de Tiberio:
desarmado estás bien, para que en caso antes sufras males
que los causes; pero vas a perecer sin ningún provecho
para la república. Domina ya la maldad, y a los juicios
sólo presiden la violencia y el yerro. Si tu hermano hubiera
perecido en Numancia, nos habría sido entregado muerto,
en virtud de un tratado; pero ahora acaso tendré yo también
que hacer plegarias a algún río o al mar para que
me digan dónde está detenido tu cuerpo; porque,
¿qué confianza hay que tener ni en las leyes ni
en los dioses después de la muerte de Tiberio? Mientras
así se lamentaba Licinia, Gayo se desprendió suavemente
de sus abrazos y marchó en silencio con sus amigos. Quiso
aquella asirle de la ropa, pero cayó en el suelo, donde
estuvo mucho tiempo sin sentido, hasta que, levantándola
desmayada sus sirvientes, la condujeron a casa de Craso, su hermano.
XVI Fulvio, luego que estuvieron todos juntos, persuadido por
Gayo, envió a la plaza al más joven de sus hijos
con un caduceo, Era este mancebo de gracioso y bello aspecto,
y entonces, presentándose con modestia y rubor, los ojos
bañados en lágrimas, hizo proposiciones de paz al
cónsul y al Senado. Los más de los que allí
se hallaban oyeron con gusto hablar de conciertos; pero Opimio
respondió que no pensaran mover al Senado por medio de
mensajeros; sino que como ciudadanos sujetos a haber de dar descargas,
bajaran ellos mismos a ser juzgados, entregando sus personas e
implorando clemencia, y dio orden al joven de que bajo esta condición
volviese, y no de otra manera. Por lo que hace a Gayo, quería,
según dicen, ir a hablar al Senado, pero no conviniendo
en ello ninguno de los demás, volvió Fulvio a enviar
a su hijo con las mismas proposiciones que antes; mas Opimio,
apresurándose a venir a las manos, hizo al punto prender
al mancebo, y poniéndolo en prisión, marchó
contra Fulvio y los suyos con mucho infantería y ballesteros
de Creta, los cuales, tirando contra ellos e hiriendo a muchos,
los desordenaron. En este desorden Fulvio se refugió a
un baño desierto y abandonado; pero hallado al cabo de
poco, fue muerto con su hijo mayor. A Gayo nadie le vio tomar
parte en la pelea, pues no sufriéndole el corazón
ver lo que pasaba, se retiró al templo de Diana, donde,
queriendo quitarse la vida, se lo estorbaron dos de sus más
fieles amigos, Pomponio y Licinio, quienes hallándose presentes,
le arrebataron de la mano el puñal y le exhortaron a que
huyese. Dícese que, puesto allí de rodillas y tendiendo
las manos a la diosa, le hizo la súplica de que nunca el
pueblo romano por aquella ingratitud y traición dejara
de ser esclavo. Porque se vio que la muchedumbre le abandonó,
a causa de habérseles ofrecido por un pregón la
impunidad.
XVII. Entregóse Gayo a la fuga; y yendo en pos de él
sus enemigos, le iban ya a los alcances junto al puente Sublicio:
entonces dos de sus amigos le excitaron a que apresurase el paso,
y ellos, en tanto, hicieron frente a los que le perseguían,
y pelearon delante del puente, sin dejar pasar a ninguno, hasta
que perecieron. Acompañaba a Gayo en su fuga un esclavo
llamado Filócrates, y aunque todos, como en una contienda,
los animaban, ninguno se movió en su socorro, ni quiso
llevarle un caballo, que era lo que pedía, porque tenía
ya muy cerca de los que iban contra él. Con todo, se les
adelantó un poco, y pudo refugiarse en el bosque sagrado
de las Furias, y allí dio fin a su vida, quitándosela
Filócrates, que después se mató a sí
mismo. Según dicen algunos, aún los alcanzaron los
enemigos con vida; pero el esclavo se abrazó con su señor,
y ninguno pudo ofenderle hasta que acabó, traspasado de
muchas heridas. Refiérese también que no fue Septimuleyo,
amigo de Opimio, el que le cortó a Gayo la cabeza, sino
que, habiéndosela cortado otro, se la arrebató al
que quiera que fue, y la llevó para presentarla: porque
al principio del combate se había echado un pregón
ofreciendo a los que trajesen las cabezas de Gayo y Fulvio lo
que pesasen de oro. Fue, pues, presentada a Opimio por Septimuleyo
la de Gayo, clavada en una pica, y traído un peso, se halló
que pesaba diecisiete libras y dos tercios; habiendo sido hasta
en esto Septimuleyo hombre abominable y malvado, porque habiéndole
sacado el cerebro, rellenó el hueco de plomo. Los que presentaron
la cabeza de Fulvio, que eran de una clase oscura, no percibieron
nada. Los cuerpos de éstos y de todos los demás
muertos en aquella refriega, que llegaron a tres mil, fueron echados
al río, y se vendieron sus haciendas para el erario. Prohibieron
a las mujeres que hiciesen duelos, y a Licinia, la de Gayo, hasta
la privaron de su dote; pero aún fue más duro y
cruel lo que hicieron con el hijo menor de Fulvio, que no movió
sus manos ni se halló entre los que combatieron, sino que,
habiendo venido antes de la pelea sobre la fe de la tregua, y
echándole mano, después le quitaron la vida. Sin
embargo, aun más que esto y que todo ofendió a la
muchedumbre el templo que enseguida erigió Opimio a la
Concordia; porque parecía que se vanagloriaba y ensoberbecía,
y aun en cierta manera triunfaba por tantas muertes de ciudadanos;
así es que por la noche escribieron algunos debajo de la
inscripción del templo estos versos: La obra del furor
desenfrenado es la que labra a la Concordia templo.
XVIII. Este fue el primero que usó en el consulado de
la autoridad de dictador, y que condenó sin precedente
juicio, con tres mil ciudadanos más, a Gayo Graco y a Fulvio
Flaco; de los cuales éste era varón consular, y
había obtenido el honor del triunfo, y aquel se aventajaba
en virtud y en gloria a todos los de su edad. Opimio, además,
no se abstuvo de latrocinios, sino que, enviado de embajador a
Yugurta, rey de los Númidas, se dejó sobornar con
dinero, y condenado por el ignominioso delito de corrupción,
envejeció en la infamia, aborrecido y despreciado del pueblo,
que por sus hechos cayó por lo pronto en el abatimiento
y la degradación; mas no tardó en manifestar cuánto
echaba de menos y deseaba a los Gracos. Porque levantándoles
estatuas, las colocaron en un paraje público, y consagrando
los lugares en que fallecieron, les ofrecían las primicias
de los frutos que llevaba cada estación, y muchos les adoraban
y les hacían sacrificios cada día, concurriendo
a aquellos sitios como a los templos de los dioses.
XIX. Dícese de Cornelia haber manifestado en muchas cosas,
que llevaba con entereza y magnanimidad sus infortunios; y que
acerca de la consagración de los lugares en que perecieron
sus hijos, solía expresar que los muertos habían
tenido dignos sepulcros. Su vida la pasó después
en los campos llamados Misenos, sin alterar en nada el tenor acostumbrado
de ella. Gustaba, en efecto, del trato de gentes, y por su inclinación
a la hospitalidad, tenía buena mesa, frecuentando siempre
su casa Griegos y literatos, y recibiendo dones de ella todos
los reyes, y enviándoselos recíprocamente. Escuchábasela
con gusto cuando a los concurrentes les explicaba la conducta
y tenor de vida de su padre Escipión Africano, y se hacía
admirar cuando sin llanto y sin lágrimas hablaba de sus
hijos, y refería sus desventuras y sus hazañas,
como si tratara de personas de otros tiempos, a los que le preguntaban.
Por lo cual algunos creyeron que había perdido el juicio
por la vejez o por la grandeza de sus males, y héchose
insensata con tantas desgracias; siendo ellos los verdaderamente
insensatos, por no advertir cuánto conduce para no dejarse
vencer del dolor, sobre el buen carácter, el haber nacido
y educádose convenientemente, y que si la fortuna mientras
dura, hace muchas veces degenerar la virtud, en la caída
no le quita el llevar los males con una resignación digna
de elogio.
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