PORTADA
QUIÉN
ERA PLUTARCO?
VIDAS PARALELAS
Los personajes
1. Teseo
& Rómulo
2. Licurgo & Numa
Pompilio
3. Solón & Publícola
4. Temístocles &
Camilo
5. Pericles & Fabio
Máximo
6. Coriolano & Alcibíades
7. Emilio Paulo & Timoleón
8. Pelópidas & Marcelo
9. Arístides & Catón
10. Filopemen & Tito
11. Pirro & Cayo
Mario
12. Lisandro & Sila
13. Cimón & Lúculo
14. Nicias & Craso
15. Alejandro & Julio
César
16. Agesilao & Pompeyo
17. Sertorio & Eumenes
18. Foción & Catón
el Joven
19. Agis y Cleómenes
& Tiberio y Gaio
Graco
20. Demóstenes &
Cicerón
21. Demetrio & Antonio
22. Dión & Bruto
23. Artajerjes y Arato
& Galba y Otón
SOLÓN
I. Dídimo el Gramático, en su comentario contra Asclepíades de las tablas de Solón, trae el aserto de cierto Filocles en que se da a Euforión por padre de Solón, contra el sentir común de todos cuantos han hecho mención de este legislador, porque todos a una voz dicen que fue hijo de Execéstidas, varón que en la hacienda y poder sólo gozaba de una medianía entre sus ciudadanos; pero de una casa muy principal en linaje, por cuanto descendía de Codro. De la madre de Solón refiere Heraclides Póntico que era prima de la de Pisístrato; y al principio hubo gran amistad entre los dos por el parentesco y por la buena disposición y belleza, estando enamorado Solón de Pisístrato, según la relación de algunos. Por esta razón probablemente cuando más adelante se suscitó diferencia entre ambos acerca de las cosas públicas, nunca la enemistad produjo grandes desazones, sino que duró en sus almas aquella primera inclinación, la cual mantuvo la memoria y cariño antiguo, como llama todavía viva de un gran fuego. Por otra parte, que Solón no se dominaba en punto a inclinaciones desordenadas, ni era fuerte para contrarrestar al amor como con mano de atleta, puede muy bien colegirse de sus poemas, y de la ley que hizo prohibiendo a los esclavos el usar de ungüentos y el requerir de amores a los jóvenes, pues parece que puso ésta entre las honestas y loables inclinaciones, y que con repeler de ella a los indignos convidaba a los que no tenía por tales. Dícese también de Pisístrato que tuvo amores con Carmo, y que consagró en la Academia la estatua del Amor, donde toman el fuego los que corren el hacha sagrada.
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PERICLES
I. Viendo César en Roma
ciertos forasteros ricos que se complacían en tomar y llevar en
brazos perritos y monitos pequeños, les preguntó, según parece,
si las mujeres en su tierra no parían niños; reprendiendo por
este término, de una manera verdaderamente imperatoria, a los
que la inclinación natural que hay en nosotros al amor y afecto
familiar, debiéndose a solos los hombres, la trasladan a las bestias.
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ARTÍCULOS
SÓFOCLES
Y EURÍPIDES
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Departamento de Filología Clásica. Universidad de Salamanca
LATÍN
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OVIDIO
Clásico Romano autor de Ars Amandi
POLIBIO
El historiador más prestigioso de la antigüedad
SOFOCLES
Poeta y padre del Teatro Clásico
|
TITO
I. Cuál haya sido el semblante de Tito
Quincio Flaminino, que comparamos a Filopemen, pueden verlo los
que gusten en un busto suyo de bronce, que, con una inscripción
en caracteres griegos, se conserva en Roma, junto al Apolo grande
traído de Cartago, enfrente del circo; en cuanto a sus
costumbres, dícese que fue de genio pronto para la ira
y para los favores, aunque no del mismo modo, pues siendo ligero
y no rencoroso en el castigar, los beneficios los llevaba hasta
el extremo, mirando constantemente con amor e inclinación
a aquellos a quienes había favorecido como si hubieran
sido sus bienhechores, teniéndolos por la mejor posesión;
así los conservó siempre en su amistad y se interesó
por ellos. Siendo por carácter muy amante de honores y
codicioso de gloria, aspiraba a hacer por sí acciones generosas
e ilustres, y se complacía más en hacer bien a los
que a él acudían que en ganarse la voluntad de los
poderosos, considerando a aquellos como objeto de su virtud, y
a éstos como rivales de su gloria. Educado en la crianza
propia de las costumbres militares, por haber tenido en aquella
época Roma muchas y porfiadas guerras y ser éste
el arte que aprendían los jóvenes ante todas cosas,
primero fue tribuno en la guerra contra Aníbal a las órdenes
de Marcelo, entonces cónsul. Muerto Marcelo en una celada,
fue Tito nombrado prefecto de la región tarentina, y luego
del mismo Tarento, después de recobrado, donde se acreditó
en gran manera, no menos por su justicia que por sus disposiciones
militares, por lo cual, habiéndose enviado colonias a dos
ciudades, a Narnia y Cosa, fue para su establecimiento nombrado
presidente y fundador.
II. Dióle esto grande confianza, saltando por encima del
tribunado de la plebe, de la pretura y de la edilidad, magistraturas
intermedias y propias de los jóvenes, para aspirar, desde
luego, al consulado, en lo que tenía muy de su parte a
los de las colonias; pero habiéndole hecho oposición
los tribunos de la plebe Fulvio y Manlio, por decir ser cosa muy
dura que un joven se arrojara contra las leyes a la magistratura
más elevada, sin estar todavía iniciado en los primeros
ritos y misterios del gobierno, el Senado dejó la decisión
al pueblo, y éste le designó cónsul con Sexto
Elio, a pesar de que aún no había cumplido treinta
años. Cúpole por suerte la guerra contra Filipo
y los Macedonios, siendo grande la dicha de los Romanos en que
éste fuese así destinado a entender en negocios,
y con personas que, en vez de necesitar un general que todo lo
hiciese por fuerza y con armas, debían más bien
ser conducidas con la persuasión y con la afabilidad de
trato. Porque Filipo en su reino de Macedonia tenía el
fundamento suficiente para la guerra; pero la fuerza principal
para dilatarla, el auxilio, refugio e instrumento de su ejército,
consistía sobre todo en el poder de los Griegos, y, sin
que éstos se separasen de Filipo, la guerra contra él
no era obra de una sola campaña. Hasta allí la Grecia
había tenido poco contacto con los Romanos, y empezando
entonces a tomar éstos parte en los negocios, si el general
no hubiese sido de buena índole, valiéndose más
de las palabras que de las armas, tratando con afabilidad y dulzura
a cuantos se le acercaban, y manifestando mucha entereza en las
cosas de justicia, no hubiera sido tan fácil que en lugar
del gobierno a que estaban acostumbrados admitiesen el imperio
extranjero; lo que se manifestará todavía mejor
por la serie de sus hechos.
III. Enterado Tito de que los generales que le habían
precedido, Sulpicio y Publio, pasando tarde a la Macedonia y tomando
la guerra con flojedad, habían gastado sus fuerzas en combates
de puestos y en contender con Filipo en escaramuzas sobre el paso
y sobre las provisiones, se propuso no imitar a aquellos que perdían
un año en casa en los honores y negocios políticos
y a lo último pensaban en la guerra, ejecutando él
lo mismo de ganar a su mando un año para los honores y
los negocios, haciendo de cónsul en el uno y de general
en el otro, sino dedicar con empeño a la guerra todo el
tiempo en que ejerciese su autoridad, no haciendo cuenta de los
honores y prerrogativas que en la ciudad le corresponderían.
Pidió, pues, al Senado que le diera a su hermano Lucio
para que a sus órdenes mandase la armada; y tomando de
las tropas que con Escipión habían vencido a Asdrúbal
en España, y en África al mismo Aníbal, lo
más florido y arriscado para su principal apoyo, viniendo
a ser unos tres mil hombres, dio veía al Epiro con la mayor
confianza. Como Publio, teniendo establecido su campo en contraposición
del Filipo, que hacía mucho tiempo guardaba los desfiladeros
y gargantas del río Apso, no pudiese adelantar un paso
por lo inexpugnable del terreno, luego que lo observó se
encargó del mando, y despidiendo a Publio se dedicó
a reconocer toda la comarca. Son aquellos lugares no menos fuertes
que los del valle de Tempe; pero no presentan aquella belleza
de árboles, aquella frescura de los bosques ni aquellos
prados y sitios amenos. Los montes grandes y elevados de una y
otra parte van a parar a un barranco dilatado y profundo, por
el que discurre el Apso, que en su aspecto y rapidez se parece
al Peneo; pero cubriendo toda la falda, sólo deja un camino
cortado muy pendiente y estrecho junto a la misma corriente; paso
muy dificultoso para un ejército, y, si hay quien lo defienda,
inaccesible.
IV. Había quien proponía a Tito que fuese a dar
la vuelta por la Dasarétide, junto al Lico, tornando así
un camino transitable y fácil; pero temió no fuera
que internándose por lugares ásperos y de escasas
cosechas, y acosándole Filipo sin presentarle batalla,
le faltasen los víveres, y reducido otra vez a la inacción,
como su predecesor, tuviera que retroceder hacia el mar, por lo
que determinó marchar con todo su ejército por las
alturas y abrirse paso a viva fuerza. Ocupaba Filipo las montañas
con su infantería; llovían por todas partes sobre
los Romanos dardos y flechas tirados oblicuamente, tenían
heridos, se trababan reñidos combates y había muertos
de unos y otros; pero de ninguna manera aparecía cuál
sería el término de aquella guerra. En este estado
se presentaron unos pastores de los de aquellos contornos, manifestando
que había cierto rodeo ignorado de los enemigos, y ofreciendo
que por él conducirían el ejército, y al
tercer día le darían puesto sobre las eminencias,
de lo que daban por fiador, haciéndose todo con su conocimiento,
a Cárope el de Macatas, muy principal entre los Epirotas
y apasionado de los Romanos, a los que, sin embargo, no auxiliaba
sino con reserva, por miedo de Filipo. Creyólos Tito, y
destacó a un tribuno con cuatro mil infantes y trescientos
caballos, yendo de guía los pastores, a los que llevaban
atados. Reposaban por el día, procurando ocultarse entre
rocas y matorrales, y hacían su camino de noche, a la luz
de la luna, que estaba en su lleno. Enviado que hubo Pito este
destacamento, no emprendió nada en aquellos días,
sino lo preciso para que no cesaran los enemigos en sus escaramuzas
de lejos; pero en el que debían aparecer ya sobre las eminencias
los de la marcha, al amanecer puso en movimiento sus tropas de
todas armas, y, haciendo tres divisiones, por sí mismo
dirigió su hueste por el camino recto hacia la garganta
por donde discurre el río, acosado de los Macedonios, y
teniendo que lidiar con cuanto se le oponía en aquellos
malos pasos. Los otros procuraban combatir de uno y otro lado,
trepando denodadamente por los desfiladeros, a tiempo que ya se
dejó ver el sol y a lo lejos un humo no muy espeso, sino
a manera de neblina de los montes, yéndose mostrando poco
a poco; el cual no fue advertido de los enemigos porque les caía
a la espalda, como lo estaban las eminencias ocupadas. Los Romanos,
en tanto, estaban inciertos con aflicción y trabajo, aunque
tenían la esperanza en lo que deseaban; mas cuando el humo
tomó ya más cuerpo, oscureciendo el aire y difundiéndose
por arriba, y entre él apareció que las lumbradas
eran amigas, los unos acometieron vigorosamente con algazara,
arrojando a los enemigos hacia los derrumbaderos, y los de la
espalda correspondieron también con gritería desde
las alturas.
V. Por tanto, todos se entregaron a una precipitada fuga; mas
no murieron sino como dos mil o menos, porque los malos pasos
impidieron que se les persiguiese. Tomaron los Romanos mucha riqueza,
tiendas y esclavos, y, haciéndose dueños de todas
las gargantas, discurrían por el Epiro con tanto sosiego
y continencia, que con tener a mucha distancia las embarcaciones
y el mar, y no distribuírseles las raciones mensuales por
faltar los acopios, no tuvieron inconveniente en abstenerse de
saquear un país que les ofrecía grandes recursos.
Porque habida noticia de que Filipo atravesaba la Tesalia a manera
de fugitivo, en términos de hacer a los hombres retirarse
a las montañas, de incendiar las ciudades y de entregar
al saqueo y al pillaje lo que no podía llevarse, como si
hiciera ya cesión del país a los Romanos, Tito tomó
a punto de honra el encargar a los soldados que marcharan por
él con el mismo cuidado que si fuera terreno propio, del
cual se les abandonaba la posesión. Y bien pronto pudieron
conocer cuán útil les había sido este modo
de portarse, por- que las ciudades se pasaban a su partido apenas
tocaron en la Tesalia, y los Griegos que están dentro de
las Termópilas suspiraban por Tito, y le deseaban con vehemencia.
Los Aqueos, separándose de la alianza de Filipo, determinaron
hacerle la guerra con los Romanos; y los Opuncios, no obstante
que siendo los Etolos decididos auxiliares de los Romanos deseaban
tomar y conservar su ciudad, no les dieron oídos, sino
que llamando ellos mismos a Tito se pusieron en su mano y se le
entregaron a discreción Refiérese de Pirro que la
primera vez que desde una atalaya pudo ver un ejército
romano puesto en orden, exclamó que no le parecía
bárbara la formación de aquellos bárbaros;
pues los que tuvieron ocasión de conocer a Tito casi hubieron
de prorrumpir en las mismas palabras: porque como los Macedonios
les hubiesen informado de que se encaminaba a su país el
general de un ejército bárbaro que todo lo trastornaba
y esclavizaba con las armas, cuando después se hallaban
con un hombre joven, afable en su semblante, griego en la voz
y en el idioma y ambicioso del verdadero honor, es increíble
cómo se tranquilizaban, y la benevolencia y amor que le
conciliaban por las ciudades, que no tenían entonces un
general interesado en su libertad. Pero luego que por haberse
mostrado Filipo dispuesto a negociar pasó a tratar con
él, ofreciéndole paz y amistad con la condición
de dejar independientes a los Griegos y retirar las guarniciones,
y éste no quiso convenir en ello, conocieron ya todos,
aun los que más obsequiaban a Filipo, que los Romanos no
venían a hacer la guerra a los Griegos sino por amor de
los Griegos a los Macedonios.
VI Pasábansele, pues, todos los pueblos sin oposición,
y habiendo entrado en la Beocia sin aparato de guerra, se le presentaron
los primeros ciudadanos de Tebas, siendo en su ánimo del
partido del rey de Macedonia a causa de Braquilas, pero agasajándole
y honrándole como si tuviesen igual amistad con ambos.
Recibiólos Tito con la mayor afabilidad, y dándoles
la mano continuó pausadamente su camino, haciéndoles
preguntas, tomando noticias, conversando con ellos y deteniéndolos
de Intento hasta que los soldados se repusiesen de la marcha.
De este modo llegó a la capital y entró en ella
juntamente con los Tebanos, que, aunque no eran gustosos de ello,
no se atrevieron a estorbárselo, por ser bastante el número
de tropas que le seguían. Entró, pues, Tito en la
ciudad, sin que ésta fuese de su partido, y procuró
atraerla a él ayudado del rey Átalo, que también
exhortaba a los Tebanos; mas esforzándose Átalo
para mostrarse a Tito orador más vehemente de lo que su
vejez permitía, o le dio un vértigo o se le atravesó
una flema, a lo que parece, pues de repente cayó sin sentido,
y conducido en sus naves al Asia, al cabo de pocos días
murió, y los Tebanos abrazaron efectivamente la causa de
Roma.
VII. Envió Filipo embajadores a Roma, y también
envió Tito quien negociase que el Senado le prorrogara
el tiempo si había de continuarse la guerra, o le concediera
que él fuese quien ajustara la paz, pues estando poseído
de un ardiente deseo de gloria, temía que se lo arrebatara
de las manos del nuevo general que se nombrase para la guerra.
Proporcioná- ronle sus amigos que Filipo no saliera con
su propósito y que se le conservara el mando; luego que
recibió el decreto, alentado con grandes esperanzas, se
encaminó al punto hacia la Tesalia para continuar la guerra
contra Filipo, teniendo a sus órdenes sobre veintiséis
mil hombres, para cuyo número habían dado los Etolos
seis mil infantes y cuatrocientos caballos. El ejército
de Filipo, en el número, venía a ser casi igual.
Partieron en busca unos de otros, y habiendo llegado cerca de
Escotusa, donde pensaban dar la batalla, no concibieron los generales
aquel temor regular por verse tan cerca, sino que, al revés,
fue mayor en unos y en otros el ardor y la confianza: en los Romanos,
por esperar vencer a los Macedonios, cuyo nombre por Alejandro
iba acompañado de la idea del valor y del poder, y en los
Macedonios, porque aventajándose los Romanos a los Persas,
de quedar superiores a aquellos, se seguiría que Filipo
sobrepujase en gloria al mismo Alejandro. Por tanto, Tito exhortaba
a sus soldados a que se mostrasen esforzados y valientes, teniendo
que lidiar en el más brillante teatro, que era la Grecia,
contra los contendores de más fama. Filipo, bien fuese
por su mala suerte, o bien por un apresuramiento intempestivo,
como estuviese cerca un cementerio algo elevado, subiéndose
a él, empezó a tratar y disponer lo que suele preceder
a una batalla; pero sobrecogido de un gran desaliento, de resulta
de la observación de las aves, no se determinó por
aquel día.
VIII. Al siguiente, al amanecer después de una noche húmeda
y lluviosa, degenerando las nubes en niebla, ocupó toda
la llanura una oscuridad profunda, y descendiendo de las alturas
un aire espeso por entre los ejércitos, desde el punto
de rayar el día ocultaba las posiciones. Los enviados de
una y otra parte, en guerrillas y en descubierta, encontrándose
repentinamente, trababan pelea en las llamadas Cinoscéfalas,
que siendo las cumbres agudas de unos collados espesos y paralelos,
de la semejanza de su figura tomaron aquel nombre. Alternaban,
como era natural, en aquellos lugares ásperos, las vicisitudes
de perseguir y ser perseguidos, y unos y otros enviaban refuerzos
desde los ejércitos a los que peleaban, y se retiraban,
hasta que, despejado ya el aire, viendo lo que pasaba, acometieron
con todas sus fuerzas. Cargaba Filipo con su ala derecha, arrojando
sobre los Romanos desde lugares elevados lo más fuerte
de sus tropas, de manera que aun los más esforzados de
aquellos no podían sostener lo pesado de su apiñamiento
y la violencia de la acometida. El ala izquierda, por el estorbo
de los collados, tenía claros y desuniones, y Tito, no
curando de los que iban de vencida, se dirigió con ímpetu
por esta otra parte contra los Macedonios, que no podían
traer a formación y estrechar las filas, en lo que consistía
la principal fuerza de su falange, a causa de la desigualdad y
aspereza del terreno, y que para los combates singulares tenían
armas muy pesadas y difíciles de manejar: porque la falange
en su fortaleza se parece a un animal invencible mientras es un
solo cuerpo y conserva su apiñamiento en un solo orden,
pero desunida pierde cada uno de los que pelean de su fuerza,
ya por la clase de la armadura, y ya porque no tanto viene su
pujanza de él mismo como de la reunión de todos.
Desbaratados éstos, unos se dieron a perseguir a los que
huían, y otros, corrien- do a la otra parte, herían
y acosaban por los costados a los Macedonios mientras combatían
de frente; de manera que muy en breve también los vencedores
se desordenaron y dieron a huir arrojando las armas. Murieron
por lo menos ocho mil, y unos cinco mil quedaron cautivos; y si
Filipo pudo salvarse con seguridad, la culpa fue de los Etolos,
que, mientras los Romanos seguían todavía el alcance,
se entregaron al pillaje y saqueo del campamento, en términos
que cuando aquellos volvieron ya nada encontraron.
IX. Indispusiéronse por esto, y empezaron a decirse denuestos
unos a otros; pero lo que a Tito más le incomodaba era
que los Etolos se atribuían la victoria, apresurándose
a hacer correr esta voz entre los Griegos: tanto, que los poetas
y los particulares, celebrando esta jornada, les escribieron y
cantaron a ellos los primeros; siendo el cantar más común
este epigrama: Treinta mil de Tesalia ¡oh peregrino! sin
gloria y sin sepulcro aquí yacemos, de los Etolos en sangrienta
guerra domados, y también de los Latinos que Tito trajo
de la hermosa Italia, Huyó ¡mísera Ematia!
en veloz curso de Filipo el espíritu arrogante, más
que los ciervos tímido y ligero. Hizo este epigrama Alceo
en injuria y afrenta de Filipo, y para ello exageró falsamente
el número de los muertos; pero cantándose por todas
partes y por todos, más mortificación causaba a
Tito que a Filipo, el cual, zahiriendo a su vez a Alceo, añadió
lo siguiente: Lábrase en este monte ¡oh peregrino!
de infeliz leño sin corteza y rama excelsa cruz al detestable
Alceo. A Tito, pues, que aspiraba a adquirir gloria entre los
Griegos, causaban estas cosas tal disgusto, que todo lo que restaba
lo ejecutó por sí solo sin hacer cuenta de los Etolos.
Irritábanse éstos; y como Tito admitiese las proposiciones
y embajada de Filipo acerca de la paz, recorrían aquellos
las ciudades exclamando que se vendía la paz a Filipo,
cuando se podía cortar la guerra de raíz y destruir
aquel poder que fue el primero en esclavizar la Grecia. Mientras
los Etolos se afanaban por difundir estas voces y conmover a los
aliados, presentóse el mismo Filipo a negociar, y desvaneció
toda sospecha entregando a Tito y a los Romanos cuanto le pertenecía.
De este modo terminó Tito aquella guerra; y del reino de
Macedonia hizo donación al mismo Filipo; pero le intimó
que había de retirarse de la Tracia, le multó en
mil talentos, le quitó todas las naves, a excepción
de diez, y tomando en rehenes a Demetrio, uno de sus hijos, le
envió a Roma, aprovechando excelentemente la ocasión
y consultando con no menor prudencia a lo venidero. Justamente
entonces el africano Aníbal, grande enemigo de los Romanos,
y que andaba desterrado, se había acogido ya al rey Antíoco,
y le excitaba a que echase el resto a su fortuna, cuando el poder
se le iba viniendo a las manos por los ilustres hechos que tenía
ejecutados y que le habían granjeado el sobrenombre de
grande: animábale, por tanto, a que extendiera sus miras
al mando universal, y le excitaba sobre todo contra los Romanos.
Si Tito, pues, no hubiera con admirable prudencia admitido las
proposiciones, sino que con la guerra de Filipo se hubiera juntado
en la Grecia la de Antíoco, y por causas que les eran comunes
se hubieran coligado contra Roma los dos mayores y más
poderosos reyes de aquella era, se habría visto de nuevo
en combates y peligros en nada inferiores a los de Aníbal;
pero ahora, interponiendo Tito oportunamente la paz entre ambas
guerras, y cortando la presente antes de que tuviese principio
la que amenazaba, a aquella le quitó la última esperanza
y a ésta la primera.
X. Envió el Senado con esta ocasión a Tito diez
legados, y éstos eran de sentir que se diera libertad a
los demás Griegos; pero quedando con guarniciones Corinto,
la Cálcide y la Demetríade para mayor seguridad
en la guerra con Antíoco, entonces los Etolos, hábiles
en la calumnia, sublevaban con mayor calor las ciudades, requiriendo
por una parte a Tito para que le quitara a la Grecia los grillos-
porque éste era el nombre que solía dar Filipo a
estas ciudades-, y preguntando por otra a los Griegos si, llevando
ahora una cadena más pesada, aunque más bellamente
forjada que la de antes, se hallaban contentos y celebraban a
Tito como a su bienhechor porque habiendo desatado a la Grecia
por los pies la había ligado por el cuello. Desazonábase
Tito con estos manejos, sintiéndolos vivamente; y por fin,
a fuerza de ruegos, en la junta consiguió de ésta
que también se quitaran las guarniciones de las mencionadas
ciudades, para que así el reconocimiento de los Griegos
hacia él fuese completo. Celebrábanse los Juegos
Ístmicos, y había gran concurso en el estadio para
ver los combates, como era natural, cuando la Grecia reposaba
de una guerra hecha por largo tiempo, con la esperanza de la libertad,
y se reunía en medio de una paz segura. Hízose con
la trompeta la señal de silencio, y presentándose
en medio el pregonero, anunció que el Senado de los Romanos
y el cónsul Tito Quincio, su general, después de
haber vencido al rey Filipo y a los Macedonios, declaraban libres
de tener guarniciones, exentos de todo tributo, y no sujetos a
otras leyes que las propias de cada pueblo, a los Corintios, Locros,
Focenses, Eubeos, Aqueos, Ftiotas, Magnesios, Tésalos y
Perrebos. Al principio no lo entendieron todos ni lo oyeron bien,
por lo que se excitó en el estadio un movimiento extraño
y una grande inquietud, admirándose unos, preguntando otros,
y pidiendo que se repitiese. Hízose, pues, silencio de
nuevo, y después que, habiendo esforzado el pregonero la
voz, todos oyeron y comprendieron el pregón, fue grande
la gritería que con el gozo se movió, difundiéndose
hasta el mar; pusiéronse en pie todos los del teatro, y
ya nadie dio la menor atención a los combatientes, sino
que todos corrieron a arrojarse a los pies y tomar la diestra
del que saludaban como salvador y libertador de la Grecia. Vióse
entonces lo que muchas veces se ha dicho por hipérbole
acerca de la gran fuerza de la voz humana: porque unos cuervos
que por casualidad volaban por allí cayeron al estadio.
La causa fue, sin duda, haberse cortado el aire, porque cuando
suben muchos gritos altos y reunidos, dividido el aire por ellos,
no sostiene a las aves que vuelan, sino que hay cierto hueco,
como sucede a los que dan un paso en vago: a no ser que sea que
reciban golpe como si les alcanzara un tiro, y con él caigan
y mueran. También puede acontecer que se formen torbellinos
en el aire, a manera de los remolinos del mar, que toman ímpetu
vertiginoso de la magnitud del mismo piélago.
XI Por lo que hace a Tito, si luego que se concluyó la
celebración no hubiera evitado con previsión el
concurso y atropellamiento de la muchedumbre, no se alcanza cómo
habría salido de él, siendo tantos los que por todas
partes le rodeaban. Cuando ya se fatigaron de vitorearle delante
de su pabellón, siendo ya de noche, saludando y abrazando
a los amigos o a los ciudadanos que encontraban, se los llevaban
a comer y beber en recíprocos convites. Allí, principalmente
regocijados, se movía entre ellos, como era natural, la
conversación de la Grecia, diciéndose que de tantas
guerras como había sostenido por su libertad, nunca defendiéndola
otros, había alcanzado un premio tan cierto, tan dulce
y tan glorioso como aquel con que ahora le lisonjeaba la fortuna,
casi sin sangre y sin lágrimas de su parte. Eran raras
entre los hombres la fortaleza y la prudencia; pero el más
raro de esta clase de bienes era la justicia: porque los Agesilaos,
los Lisandros, los Nicias y los Alcibíades, cuando tenían
mando, sabían muy bien disponer la guerra y vencer a sus
contrarios por tierra y por mar, pero no entraba en sus ideas
el usar de la victoria para fines rectos y en beneficio de los
que tenían a sus órdenes, sino que si sacamos de
esta cuenta la jornada de Maratón, el combate naval de
Salamina, Platea, las Termópilas y las hazañas de
Cimón junto al Eurimedonte y en Chipre, todas las demás
batallas las dio la Grecia contra sí misma y para su esclavitud,
y todos los trofeos que erigió fueron para ella padrones
de aflicción y oprobio, siendo causa de esto, por lo común,
la maldad y las disensiones de sus generales, mientras que hombres
de otras naciones, que sólo parecían conservar un
calor remiso y débiles vestigios del común origen,
y de quienes sería mucho esperar que de palabra y con el
consejo prestasen algún auxilio a la Grecia, habían
sido los que a costa de grandes peligros y trabajos, arrojando
de ella a los que duramente la dominaban y tiranizaban, le habían
restituido la libertad.
XII. Corrían estas pláticas por la Grecia, y juntamente
otras que guardaban consonancia con los pregones: porque al mismo
tiempo envió Tito a Léntulo al Asia para restituir
la libertad a los Bargilienses, y a Estertinio a la Tracia, con
el fin de retirar de las ciudades e islas de aquella parte las
guarniciones puestas por Filipo. Publio Vilio marchaba por mar
a tratar con Antíoco de la libertad de los Griegos que
pertenecían a su reino, y el mismo Tito, pasando a la Cálcide,
y después embarcándose para Magnesia, quitó
las guarniciones y restituyó a cada pueblo su gobierno.
Nombrado en Argos presidente de los Juegos Nemeos, tomó
acertadas disposiciones para la reunión, y allí
otra vez confirmó a los Griegos la libertad con nuevo pregón.
Visitando en seguida las ciu- dades, les dio buenas ordenanzas
y recta justicia, y la concordia y paz de unos con otros, sosegando
las sediciones, restituyendo los desterrados y teniendo en unir
y reconciliar a los Griegos no menor placer que en haber vencido
a los Macedonios: de manera que ya la libertad les parecía
el menor de sus beneficios. Refiérese que el filósofo
Jenócrates, cuando Licurgo el orador le libertó
de la prisión adonde le llevaban los publicanos, e introdujo
además contra éstos la acción de injurias,
encontrándose con los hijos de Licurgo, les dijo: ¡A
fe mía que he pagado bien a vuestro padre!, porque todos
celebran lo que conmigo ha ejecutado. Pues a Tito y a los
Romanos la gratitud por los grandes bienes dispensados a la Grecia,
no sólo les proporcionó elogios, sino confianza
y poder entre todos los hombres: porque no contentándose
con admitir sus generales, los enviaban a buscar y los llamaban
para entregárseles. Así él mismo estaba sumamente
satisfecho con haber procurado la libertad de la Grecia, y habiendo
consagrado en Delfos unos paveses de plata y su propio escudo,
puso esta inscripción: ¡Salve! Dioscuros, prole del
gran Zeus, al Placer dados de ágiles caballos: ¡Salve!
hijos de Tíndaro, que reyes fuisteis de Esparta, esta sublime
ofrenda el Enéada Tito en vuestras aras ledo consagra,
por haber labrado la libertad de la oprimida Grecia. Dedicó
también a Apolo una corona de oro con estos versos: Descanse
esta corona, ínclito Febo, sobre tu rubia y crespa cabellera.
De la raza de Eneas el caudillo te la ofrece, Flechero, y da tú
en premio gloria y honores al divino Tito. Ocurrió dos
veces este mismo suceso en la ciudad de Corinto; Porque hallándose
en ella Tito, y después igualmente Nerón en nuestra
edad, a la sazón de celebrarse los Juegos Ístmicos,
declararon a los Griegos libres e independientes: aquel, por medio
de pregonero, como dejamos dicho, y Nerón, por sí
mismo, hablando en la plaza al concurso desde la tribuna, lo que,
como se ve, fue mucho más adelante.
XIII. Emprendió después Tito la más debida
y justa guerra contra Nabis, el más insolente e injusto
de los tiranos de Lacedemonia; pero al fin frustró en cuanto
a ella las esperanzas de la Grecia, pues pudiendo acabar con aquel,
desistió del intento, entrando en tratados y abandonando
a Esparta en su ignominiosa servidumbre; de lo que pudo ser causa,
o el temor de que dilatándose la guerra viniera de Roma
otro general que le usurpara su gloria, o cierta emulación
y secreta envidia por los honores de Filopemen, pues siendo un
varón sobresaliente entre los Griegos, que en otras guerras
y en aquella misma había dado maravillosas muestras de
valor e inteligencia, como lo celebrasen los Aqueos al par de
Tito y aplaudiesen en los teatros, mortificaba a éste el
que a un hombre árcade, caudillo de guerras insignificantes,
hechas dentro de su propio país, le igualaran en los honores
con un cónsul de los Romanos, libertador de la Grecia.
Aun se defendió Tito de este cargo, diciendo que suspendió
la guerra luego que advirtió que no se podía acabar
con el tirano sin causar gravísimos males a los demás
Espartanos. Fueron grandes los honores que también los
Aqueos decretaron a Tito; y aunque parecía que ninguno
podía medirse con sus beneficios, hubo uno que llenó
enteramente sus deseos, y fue el siguiente. De los infelices vencidos
en la guerra de Aníbal, muchos habían sido vendidos,
y se hallaban en esclavitud en diferentes partes. En la Grecia
venía a haber unos mil doscientos, muy dignos siempre de
compasión por su estado, pero mucho más entonces,
que unos se encontraban con sus hijos, otros con sus hermanos
o deudos, esclavos con libres y cautivos con vencedores. No se
atrevía Tito a sacarlos del poder de sus dueños,
sin embargo de que le afligía mucho su suerte; pero los
Aqueos los rescataron a razón de cinco minas por cada uno,
y formándolos en un cuerpo, hicieron entrega de ellos a
Tito cuando ya estaba para hacerse a la vela; con lo que emprendió
su navegación sumamente contento, viendo que sus gloriosas
hazañas habían tenido gloriosas recompensas dignas
de un varón ilustre y amante de sus conciudadanos; lo que
fue también lo más brillante y esclarecido de su
triunfo, porque aquellos rescatados. siendo costumbre de los esclavos,
cuando se les da libertad, cortarse el cabello y ponerse gorros,
practicaron esto mismo, y en esta forma seguían en su triunfo
a Tito.
XIV. Hacíanle también vistoso los despojos llevados
en la pompa; yelmos griegos, rodelas y lanzas macedónicas;
la cantidad de dinero no era tampoco pequeña, habiendo
dejado escrito Tuditano que de oro en barras se llevaron en triunfo
tres mil setecientas y treinta libras, de plata treinta y tres
mil doscientas y sesenta, filipos, que era una moneda de oro,
trece mil quinientos y catorce, y además de todo esto los
mil talentos que debía pagar Filipo; pero de éstos
más adelante le indultaron los Romanos a persuasión
de Tito, recibiéndole por aliado, y al hijo le dejaron
también libre de su fiaduría.
XV. Cuando Antíoco, pasando a la Grecia con grande armada
y numeroso ejército, inquietó y trajo a su partido
diferentes ciudades, tuvo en su auxilio a los Etolos, que hacía
tiempo se mostraban contrarios y enemigos del pueblo romano; y
éstos le sugirieron para la guerra el pretexto de que venía
a dar libertad a los Griegos, que ninguna necesidad tenían
para esto de su poder, pues que eran libres; sino que a falta
de una causa decente, los enseñaron a valerse del más
recomendable de todos los nombres. Temieron en gran manera los
Romanos esta sublevación y la opinión del poder
de Antíoco, y aunque enviaron por general de esta guerra
a Manio Acilio, nombraron a Tito su legado militar, en consideración
a las relaciones que tenía con los Griegos, así
es que a muchos con su sola presencia al punto los aseguró
en su fidelidad; y a otros que ya empezaban a flaquear, usando
en tiempo con ellos, como de una medicina, de su benevolencia
y afabilidad, los contuvo y les impidió que del todo errasen.
Muy pocos fueron los que le faltaron a causa de estar de antemano
preocupados y seducidos por los Etolos, y aunque justamente enojado
e irritado contra éstos, con todo, después de la
batalla los protegió. Porque vencido Antíoco en
las Termópilas, al punto huyó y se retiró
con su armada al Asia; entonces el cónsul Manio, yendo
contra los Etolos, a unos les puso sitio, y en cuanto a otros,
dio al rey Filipo la comisión de que los redujese. Habiendo
maltratado y vejado el Macedonio de una parte a los Dólopes
y Magnetes, y de otra a los Atamanes y Aperantes, y el mismo cónsul
talado a Heraclea, y puesto cerco a Naupacto, que estaba por los
Etolos, movido Tito a compasión de los Griegos, partió
desde el Peloponeso en busca del cónsul. Hízole
cargo ante todas cosas de que, habiendo sido él el vencedor,
dejaba que Filipo cogiese el premio de la guerra, y de que malgastando
el tiempo por encono ante una sola ciudad, subyugasen en tanto
los Macedonios reinos y naciones enteras. Después, como
los sitiados llegasen a verle, empezaron a llamarle desde la muralla,
tendiendo a él las manos y suplicándole; y por lo
pronto nada dijo, sino que volvió el rostro y se retiró
llorando; mas luego trató con Manio, y aplacando su enojo,
obtuvo que se concedieran treguas a los Etolos y el tiempo necesario
para que, enviando embajadores a Roma, pudieran alcanzar condiciones
más tolerables.
XVI Los ruegos y súplicas en que más tuvo que contender
y trabajar con Manio fueron los de los Calcidenses, que le tenían
muy irritado con motivo del matrimonio que entre ellos contrajo
Antíoco, movida ya la guerra: matrimonio desigual y fuera
de tiempo por haberse enamorado un viejo de una mocita, la cual
era hija de Cleoptólemo, y se tenía por la más
hermosa de las doncellas de aquella era. Este hizo que los Calcidenses
abrazasen con ardor el partido del rey, y que para la guerra fuese
aquella ciudad su principal apoyo, y también cuando después
de la batalla se abandonó a una precipitada fuga, en Calcis
fue donde tocó, y tomando la mujer, el caudal y los amigos
se embarcó para el Asia Tito, cuando Manio marchó
irritado contra los Calcidenses, se fue en pos de él, y
lo ablandó y dulcificó, y, por último, le
persuadió y sosegó completamente a fuerza de súplicas
con él mismo y con los demás jefes de los Romanos.
Por lo tanto, salvos los Calcidenses por su intercesión,
consagraron a Tito los más bellos y grandiosos monumentos
que pudieron, de los cuales todavía se leen hoy las inscripciones
siguientes: El pueblo a Tito y a Heracles este Gimnasio;
y en otra parte, en la misma forma: El pueblo a Tito y a
Apolo el Delfinio. También en esta edad se elige
y consagra un sacerdote de Tito; a quien ofrecen sacrificio, y
hechas las libaciones cantan un pean o himno de victoria en verso;
del cual, dejando lo demás por ser demasiado difuso, transcribimos
lo que cantan al fin del himno: Objeto es de este culto la fe
de los Romanos, aquella fe sincera que guardarles juramos. Cantad,
festivas ninfas, a Zeus el soberano, y en pos de Roma y Tito la
fe de los Romanos. ¡Io peán, oh Tito, oh Tito nuestro
amparo!
XVII. A todos los Griegos les mereció las mayores honras,
y sobre todo lo que hace verdaderos los honores, que es una admirable
benevolencia por la suavidad de su carácter: pues si con
algunos, por razón de los negocios o por amor propio, tuvo
algún encuentro, como con Filopemen y después con
Diófanes, que también fue general de los Aqueos,
su enojo no era profundo ni se extendía a obras, sino que
se quedaba en palabras, con las que manifestaba su sentir, y aun
esto de una manera urbana: así, con nadie fue áspero,
aunque para algunos fuese pronto y pareciese ligero por su índole:
por lo demás, tenía cualidades que lo hacían
amable a todos, y en el decir no le faltaba soltura y gracia.
Porque a los Aqueos, que trataban de adquirir para sí la
isla de Zacinto, para retraerlos les dijo que se exponían
al riesgo de las tortugas, queriendo alargar la cabeza más
allá del Peloponeso. Filipo, la primera vez que se reunieron
para hablar de tratados y de paz, le dijo que el mismo Tito había
traído muchos consigo, cuando él había venido
solo, replicando aquel al punto: Eso es- le dijo-, porque
tú mismo te has reducido a soledad, habiendo dado muerte
a tus amigos y parientes. Dinócrates de Mesena, habiéndose
alegrado entre los brindis estando en Roma, se puso a danzar con
un traje de mujer, y como al día siguiente se presentase
a Tito pidiéndole le auxiliara en el proyecto que tenía
de separar a Mesena de la liga de los Aqueos: Veremos- le
dijo-; pero me maravillo de que trayendo tales negocios entre
manos, puedas cantar y bailar en un festín. A los
Aqueos, con ocasión de referirles los embajadores de Antíoco
la muchedumbre de las tropas de éste, y de contarles sus
diversas dominaciones, les dijo que, cenando él mismo una
vez en casa de un huésped, se quejó a éste
del gran número de platos, mostrando maravillarse de que
hubiese habido mercado tan abundante para proveerse de aquel modo,
y que el huésped le había respondido que todos se
reducían a carne de puerco, diferenciándose sólo
en el género de guiso y en las salsas: pues del mismo
modoañadió- no os maravilléis vosotros ¡oh
Aqueos! de las grandes fuerzas de Antíoco al oír
lanceros, azconeros, pezetairos: porque todos éstos no
son más que Sirios, y sólo en las armadurillas se
distinguen.
XVIII. Después de todos estos sucesos de Grecia y de la
guerra de Antíoco, se le nombró censor, que es la
mayor perfección del gobierno, y tuvo por colega al hijo
de aquel Marcelo que fue cinco veces cónsul. Removieron
del Senado a cuatro que no eran de los de más nombre, y
admitieron por ciudadanos a todos los que se habían inscrito
en el censo, con tal que fuesen hijos de padres libres, precisados
a ello por el tribuno de la plebe Terencio Culeón, que
por enemistad con los inclinados a la aristocracia persuadió
al pueblo a que así lo mandase. De los varones principales
de su tiempo estaban entre si mal avenidos Escipión Africano
y Marco Catón, y de éstos escribió a aquel
el primero en la lista del Senado, teniéndole por sobresaliente
y aventajado en todo. Su enemistad con Catón tuvo origen
en este desagradable suceso: era hermano de Tito Lucio Flaminino,
de muy diversa índole que aquel: sobre todo en punto a
deleites era abominable, sin respeto ninguno a la opinión
pública y a la decencia. Tenía éste consigo
un mozuelo a quien amaba, y que le siguió al ejército
en sus expediciones y también a la provincia mientras mandó
en ella. Éste, adulando a Lucio en un banquete, le dijo
ser tanto el exceso con que le amaba, que había dejado
de ver el duelo de unos gladiadores, sin embargo de que nunca
había visto matar a un hombre, anteponiendo el gusto de
acompañarle al de aquel espectáculo. Complació
en esto mucho a Lucio, el cual le contestó que nada había
perdido, porque yo satisfaré- le añadió-
ese tu deseo; y haciendo que le trajesen de la cárcel
a uno de los sentenciados, llamó a uno de sus esclavos,
y le mandó que allí mismo en el banquete le cortase
a aquel la cabeza. Valerio de Ancio dice que Lucio ejecutó
lo que se deja dicho, no en obsequio de un mozuelo, sino de una
amiga; mas Livio refiere haber escrito Catón en su discurso
que, habiendo llegado a sus puertas un Galo tránsfuga con
sus hijos y su mujer, admitiéndole Lucio al banquete, le
había dado muerte con su propia mano en obsequio del mozuelo
amado. No sería extraño que Catón se hubiera
explicado así para dar a la acusación mayor odiosidad,
pero que el que sufrió aquella bárbara ejecución
no fue tránsfuga, sino preso y ya senten- ciado; además
de otros muchos lo dijo Cicerón el Orador en su libro De
la vejez, poniendo las palabras en boca del mismo Catón.
XIX. Fue éste al cabo de poco nombrado censor, y haciendo
el recuento del Senado removió de él a Lucio, sin
embargo de ser de los consulares, en la cual afrenta se tuvo el
hermano por comprendido. Por tanto, presentándose ambos
al pueblo, abatidos y llorosos, pareció a los ciudadanos
que pretendían una cosa justa en pedir que Catón
diera la causa que había tenido para haber constituido
en semejante afrenta a una casa ilustre. No se detuvo Catón,
sino que compareció al momento con su colega, y preguntó
a Tito si tenía noticia de lo del banquete. Como éste
lo negase, hizo Catón la explicación, y provocó
a Lucio a que jurase si podía decir que no era verdad algo
de lo que había expuesto. Redújose entonces al silencio,
y el pueblo se convenció de haber sido justa la nota que
se le impuso, y acompañó a Catón con grandes
demostraciones desde la tribuna. Pero Tito, llevando siempre en
su ánimo el infortunio del hermano, se reunió con
todos los que de antiguo eran enemigos de Catón, y como
tuviese el mayor ascendiente sobre el Senado, revocó y
anuló todos los arriendos, asientos y ventas que éste
había hecho de los ramos de rentas públicas; y le
suscitó una infinidad de causas graves, no sé si
conduciéndose honesta y políticamente en mostrar
por una persona propia, pero indigna, y que justamente había
sido castigada, tan irreconciliable enemistad contra un varón
justo y un excelente ciudadano. Mas en este tiempo tuvo el pueblo
romano un espectáculo en el teatro, para el que el Senado
se colocó en lugar distinguido según costumbre;
y como se viese a Lucio sentado en los últimos asientos,
humilde y abatido, movió a compasión, tanto, que
no pudiendo sufrir la muchedumbre verle en tal estado, empezó
a gritar diciéndole que pasase al otro sitio, hasta que
así lo ejecutó, haciéndole lugar los consulares.
XX. Estúvole muy bien a Tito aquel carácter ambicioso
y activo, mientras tuvo competente materia para ejercitarlo, ocupado
en las guerras que hemos referido; porque aun después del
consulado volvió a ser tribuno legionario sin que nadie
le precisase. Mas retirado del mando, siendo ya bastante anciano,
en la vida exenta de negocios dio harto que notar con su inquieta
ansia de gloria, en la que no podía contenerse, y llevado
de cuyo ímpetu parece haber ejecutado lo relativo a Aníbal,
con que incurrió en el odio de muchos. Aníbal, huyendo
de Cartago, su patria, se había unido con Antíoco;
pero cuando éste, después de la batalla de Frigia,
se halló muy contento con haber hecho la paz, tuvo Aníbal
que huir de nuevo, andando errante por diferentes países,
hasta que por fin se fijó en Bitinia, haciendo la corte
a Prusias, sin que ninguno de los Romanos lo ignorase, y antes
disimulando todos por su falta de poder y su vejez, mirándole
como arrinconado de la fortuna. Enviado Tito de embajador a Prusias
de parte del Senado para otros negocios, viendo allí detenido
a Aníbal, se incomodó de que todavía viviese,
y por más que Prusias le rogó y pidió por
un hombre miserable que era su amigo, nada pudo alcanzar. Había
un oráculo antiguo, según parece, acerca de la muerte
de Aníbal, concebido en estos términos: De Aníbal
los despojos serán cubiertos de libisa tierra: pensaba,
pues, Aníbal en el África, y en que allí
sería su sepulcro, porque allí acabaría sus
días; pero hay en Bitinia un sitio elevado a la orilla
del mar, y junto a él una aldea no muy grande que se llama
Libisa. Hacía la casualidad que allí era donde residía
Aníbal, pero como desconfiase siempre de Prusias por su
debilidad, y temiese a los Romanos, había abierto desde
su casa siete salidas subterráneas, en tal disposición,
que partiendo de su cuarto la mina hasta un cierto punto, luego
las salidas iban de allí muy lejos sin que se supiese adónde.
Habiendo entendido, pues, la solicitud de Tito, se propuso huir
por las minas; pero tropezando con los guardias del rey, determinó
quitarse la vida. Algunos dicen que rodeándose el manto
al cuello, y mandando a un esclavo que apretando con la rodilla
en la cintura tirase con fuerza, haciéndolo éste
así, le detuvo el aliento y le ahogó; pero otros
son de sentir que, imitando a Temístoces y a Midas, bebió
sangre de toro. Livio refiere que, llevando consigo un veneno,
lo deslió, y que al tomar la taza prorrumpió en
estas palabras: Soseguemos el nimio cuidado de los Romanos,
que han tenido por pesado e insufrible el esperar la muerte de
un viejo desgraciado. Y a fe que no podrá hacer Tito
le sea por nadie envidiada una victoria tan poco digna de serlo,
y en la que tanto degeneró de sus mayores, que a Pirro,
que les hacía la guerra y los había vencido, le
dieron aviso de que iba a ser envenenado.
XXI De este modo se dice haber muerto Aníbal; mas dada
la noticia al Senado, no pocos se declararon contra Tito, graduándole
de excesivamente cuidadoso y cruel en haber hecho morir a Aníbal-
que podía mirarse como un ave sin alas y sin plumas a causa
de su vejez, a la que de compasión se deja vivir-, cuando
nadie le impelía a ello, y por sólo el deseo de
gloria para tomar nombre de aquella muerte; lo que todavía
causaba más maravilla, contraponiendo la mansedumbre y
magnanimidad. de Escipión Africano, el cual, habiendo derrotado
a Aníbal cuando todavía pasaba por invicto y por
temible, no hizo que lo desterraran, ni lo reclamó de sus
ciudadanos, sino que antes de la batalla conferenció con
él, dándole la mano, y después de ella entró
en tratados, sin haber intentado nada contra él mismo,
ni haber insultado a su fortuna. Dícese que otra vez se
habían encontrado en Éfeso, y que al principio,
estándose paseando, Aníbal tomó el lugar
de mayor dignidad, y Escipión lo sufrió y continuó
en el paseo con la mayor naturalidad, y que luego, haciéndose
conversación de los grandes capitanes, y pronunciando Aníbal
que el mayor capitán había sido Alejandro, después
Pirro y el tercero él mismo, sonriéndose tranquilamente,
Escipión le replicó: ¿Y si yo te venciese?
A lo que Aníbal le había contestado: Entonces
¡oh Escipión! no me pondré yo el tercero,
sino que a ti te declararé el primero entre todos.
Ensalzaban muchos estas particularidades de Escipión, y
de aquí tomaban motivo para difamar a Tito, como que había
dado gran lanzada a hombre muerto. Mas había algunos que
alababan lo hecho, mirando a Aníbal, mientras viviese,
como un fuego que convenía apagar: porque ni aun cuando
estaba en vigor eran su cuerpo o sus manos lo que a los Romanos
se hacía temible, sino su talento y su habilidad, juntamente
con su odio ingénito y su desafecto, de las cuales cosas
nada disminuye la vejez, sino que el carácter queda con
las costumbres, y sólo es la fortuna la que no permanece
la misma; y aunque decaiga, siempre excita a nuevas empresas con
la esperanza a los que son movidos del odio a hacer la guerra.
En lo cual los sucesos estuvieron después de parte de Tito:
ya en Aristonico, el hijo del guitarrero, que a causa de la gloria
de Éumenes llenó el Asia toda de sediciones y de
guerras; y ya en Mitridates, que después de Sila y Fimbria
y de grandes pérdidas de ejércitos y caudillos,
volvió a levantarse terrible por tierra y por mar contra
Luculo. Ni podía reputarse a Aníbal más decaído
que Gayo Mario, pues a aquel todavía le quedaban un rey
por amigo, algunos medios, familia, y el ocuparse en naves, en
caballos y en la disciplina de los soldados; cuando haciendo los
Romanos burla de la fortuna de Mario, cautivo y mendigo en el
África, al cabo de bien poco proscritos y azotados por
él tenían que venerarle. Así, nada hay grande
ni pequeño en las cosas presentes respecto de lo futuro;
sino que uno mismo es el fin de las mudanzas y el de la existencia.
Por esto dicen algunos que no ejecutó Tito aquel hecho
por sí mismo, y que fue enviado embajador con Lucio Escipión,
sin que su embajada tuviese otro objeto que la muerte de Aníbal.
Y pues que más adelante no tenemos noticia que hubiese
otro suceso relativo a Tito, ni civil ni militar, habiéndole
cabido una muerte pacífica y sosegada, tiempo es ya de
que pasemos a la comparación.
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